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Esperanza contra realidad

SOMOS FUTURO ·

Cuando mi parte racional se relaja y da paso a la emocional, pienso en lo que somos y lo que hemos pasado los valencianos

VICENTE ORDAZ | DIRECTOR DE INFORMATIVOS DE COPE COMUNIDAD VALENCIANA

Lunes, 23 de mayo 2022, 00:30

Confieso sentimientos encontrados a la hora de escribir este artículo. Enfrentadas en mi, comparecen la razón y la esperanza, la realidad y las proyecciones realistas. Conocer, descifrar el futuro siempre fue una vieja aspiración de la raza humana jamás resuelta, una acción todavía más complicada si pretendes intuir el devenir de los acontecimientos a orillas de nuestro mar Mediterráneo. Esa parte de mi, que evalúa y analiza en base a datos objetivos y reales, me insiste que la Comunidad Valenciana no será un lugar mejor para vivir durante la próxima década. Cierto es que en gran medida la suerte de nuestra región será la del resto de España. Con una política educativa en la que se acabó la 'cultura del esfuerzo' el nivel de país al que nos asomamos da algo más que vértigo. La pérdida de competitividad y reputación de España desde que Pedro Sánchez gobierna apoyado por independentistas y herederos de terroristas es más que palpable, del respeto a las instituciones ni hablemos. En este contexto, que nadie olvide que dentro de España está la Comunidad Valenciana, con lo que su suerte será la nuestra.

Mientras tanto, no dejemos de lado que por aquí, tenemos nuestros propios problemas. Digan lo que digan, nuestra región no puede crecer ni mejorar sin que se resuelva el eterno desastre de la financiación, ese del que todos los partidos y gobiernos utilizan para echárselo en cara unos a otros, pero que nadie arregla. A este respecto sólo un recordatorio, el 80% de los ingresos totales de la Comunidad llegan vía transferencias del Estado, con lo que o se resuelve esa situación, algo de lo que nos podemos olvidar en el próximo lustro, o estamos condenados a trayectoria descendente. Sin solución de continuidad y en el ámbito más doméstico tenemos también nuestras 'guerras', esas con las que no avanzamos y a las que los valencianos asistimos impotentes en permanente bucle. Estructuras de funcionamiento y actuación que empobrecen la Comunidad a cada paso que damos.

Primera parada, señas de identidad, donde asistimos al intento permanente de las administraciones valencianas, Generalitat y Ayuntamiento del Cap i Casal a la cabeza, por acercarnos a Cataluña, su cultura y sus costumbres, cuestión que a los valencianos molesta e indigna en misma dosis. Con toda seguridad sería bien recibido un liderazgo que refuerce el orgullo por ser valenciano y no otras causas. Sin identidad, no eres nada y la Comunidad la necesita, algo que por lo visto, algunos de nuestros principales líderes políticos parecen haber dejado de lado. Segunda estación; libre elección de colegio para nuestros hijos. Un derecho erradicado desde que gobierna el tripartito de izquierdas, ellos saben la motivación que impulsa esa prohibición, pero si yo viviese en otro lugar y mirase hacia la comunidad me preguntaría ¿Hacia dónde se dirige un territorio o sociedad en el que unos padres no pueden decidir libremente sobre la formación de sus hijos? Respuestas en otros territorios ya las tenemos, el resultado sin discusión es ampliamente mejorable. Si ya fallamos en la base...

Con todo lo expuesto, mi parte racional me dice que el futuro de la Comunidad en términos económicos, sociales y de proyección viene marcado por oscuros nubarrones. Espero equivocarme pero mi cabeza me lanza la alerta que las mejores oportunidades a las que aspirará mi hijo Manu dentro de no muchos años, estarán esperando fuera de nuestra región. Seremos más sociales, más igualitarios, más ecológicos, hablaremos más en valenciano pero nos adentramos en una década en la que a la hora de competir con otras regiones españolas y europeas, partiremos en clara posición de desventaja.

Pero cuando mi parte racional se relaja y da paso a la emocional, pienso en lo que somos y lo que hemos pasado los valencianos. De la crisis de 2008 fuimos la única comunidad que salió sin una televisión autonómica, con el sistema bancario propio arrasado y con el único equipo de fútbol español importante de verdad, en manos de propietarios extranjeros. Mi parte emocional me dice que si nos hemos levantado de todo eso, y de la etiqueta que se colocó la comunidad en la que parecía que era el único territorio donde se dieron casos de corrupción, tengo la esperanza de ver cómo lo emocional derrota a lo racional. Pero mi creencia y esperanza reside en los valencianos, no por supuesto en la inmensa mayoría de sus actuales instituciones.

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