Estatuas y rencores
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La terrible muerte de George Lloyd fue el 25 de mayo; pero la última víctima de las protestas está siendo Cristóbal Colón, cuya estatua se quiere desmontar no ya en el capitolio de California, en Sacramento, sino del puerto mismo de Barcelona. En menos de un mes, la rabia por el violento trato a un detenido ha sacado a relucir los más oscuros rencores del problema racial. Pero con rencores tan asombrosos como los que cargan contra el recuerdo, no ya de los esclavistas sino de todos los viajeros, navegantes, descubridores y fundadores.
El otro día, en una tertulia de radio, escuché un chiste malo pero certero: «Colón parecía socialista: no sabía dónde iba, tampoco supo dónde llegó, pero todo lo hizo con dinero ajeno». En la estatua que le van a retirar, colocada en 1883 a expensar de un banquero, le vemos, precisamente, recibiendo de la reina Isabel la promesa de que su aventura marinera será financiada. Pero Colón se murió sin poner pie en el continente americano y California, mientras él vivió, solo era una tierra legendaria del Amadis de Gaula. Quiero decir que para borrar esa «memoria del descubrimiento explotador» que la tontería quiere superar, habría que empezar por quitarle el nombre a la ciudad, que viene de un río bautizado en 1808 por el español Gabriel Moraga y además tiene un claro origen católico. Lo que pasó más tarde ya es cosa de los mejicanos independientes, que en 1848 confiaron la fundación de la ciudad a un suizo, John Sutter, cuya estatua ya ha sido retirada por políticos demócratas que parecen populistas asustados.
Me pregunto hasta dónde llegará esta ansiosa oleada de confusión e ignorancia vengativa, que no hace sino distraer de los problemas esenciales de la igualdad de oportunidades, el racismo latente y las normas de comportamiento policial, batidas en miedo de coronavirus. Me pregunto cómo no se enseña a guardar tiempo y espacio en el aprendizaje de la historia y qué se explica y entiende, en una ciudad que se llama Albuquerque, sobre un tipo, Juan de Oñate, gobernador español, que nació en Zacatecas, aunque murió en la sevillana Guadalcanal. ¿Se explica bien en las escuelas cómo llega a ocurrir que ese nombre arábigo termine en una isla del Pacífico donde luego morirían miles de americanos y japoneses?
Curiosamente, no hay noticias adversas sobre los monumentos que recuerdan la llegada de los peregrinos del Mayflower, en Plymouth, Massacchusetts. Allí está, con su pipa de la paz, la estatua de Massasoit, el indio wanpanoago que les echó una mano y les obsequió con maíz y pavo, los platos de la cena de Acción de Gracias. Menos mal.
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