Urgente Los Bomberos continúan los trabajos para controlar el incendio del bingo de Valencia y desvían el tráfico

Has visitado el laboratorio en que se está probando un periódico sin periodistas ni ilustradores y, si el software espía no se detecta, también sin fuentes. Sales aturdido, con la impresión de que estamos a cinco minutos de ser esclavos de las máquinas. Te pides un café en el Orfila y te alegras de que te queme el labio, señal de que te lo ha preparado Pepe y no un robot. Llegas al despacho y, como el padre pluriempleado que traía a casa la primera aspiradora en los 60, reúnes a tu equipo y le pides a la más joven, a la pelirroja, que enseñe al resto cómo funciona el ChatGPT, la inteligencia artificial esa de la que todo el mundo se hace lenguas. Es gratis, explica. Bueno, no tanto, por ahora no hay que pagar porque se está entrenando con nosotros, aprende a satisfacernos para cuando sea de pago igual que el porquero ceba a sus próximas longanizas y morcillas.

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Le pedís al bicho que redacte tu conferencia sobre despoblación en Teruel y, en apenas unos segundos, ahí la tienes. Luego, un informe sobre aplicación de la inteligencia artificial a las próximas campañas electorales y, coño, en nada, lo mismo. Ninguno de los dos textos es perfecto todavía, claro, pero ambos pasan el corte, ambos te los habrías tragado si te dicen que son de unos asesores. Entonces, por hacer una gracia, la pelirroja le pide a la inteligencia artificial un soneto sobre lo gordo que te estás poniendo y, sin ruidito alguno que signifique que vamos de broma, 'voilà', la cosa lo clava en el centro de la pantalla. «Esteban ya no cabe por la puerta», dice el primer endecasílabo. Será mierdoso el sentido del humor del invento este... Reflexionas y te das cuenta de que políticos, jueces, abogados, arquitectos o médicos tenemos los días contados. Igual que escritores o dibujantes, también está disponible la inteligencia artificial artística.

Es cierto que un arranque como el del Quijote parece casi imposible que se le vaya a ocurrir al artefacto. Pongamos que hemos descubierto que la inteligencia no es un atributo meramente humano, vale, lo aceptas, pero, hasta este instante, la pasión y la genialidad nos siguen perteneciendo en exclusiva, ¿o no? Si la inteligencia artificial llegara a albergar sentimientos, qué la distinguiría de nosotros, qué la distinguiría de Dios. Atravesamos un mar de contrastes e incertidumbres. En el mismo Madrid, a ChatGPT le cuesta un santiamén componer miles de discursos mientras que el profesor Ramón Tamames lleva semanas dándole vueltas sólo a uno. El pasado y el presente chocan uno contra otro como olas de galerna, piensas antes de dar un paso atrás.

Si la inteligencia artificial llegara a albergar sentimientos, qué la distinguiría de nosotros

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