Soy de un país en que los políticos se pelean por el horario de los bares y en que la gente se vacuna contra el covid para bajar al bar, y a veces me pregunto: ¿quién fabrica cosas aquí? ¿Sobre qué suelo apoyamos los pies? Sólo de pensiones de jubilación y de tomar cañas no vive ninguna nación, además alguien debe trabajar. En el resto de Europa el debate se centra en cómo relocalizar las industrias que a lo tonto permitimos que se fueran a China, pero no en España, donde estamos cargados de derechos sin obligación correlativa y nerviositos por si ya se puede tomar café en la barra. ¿Alguna vez nos preguntamos quién paga el caudal de pensiones, subvenciones y todo tipo de gratuidades que una y otra vez exigimos que se amplíen? Porque únicamente con deuda pública e invitando a la penúltima no va a poder ser. Existen tres Españas: la oficial, la real y la del bar, pero esta última cada vez es más la única.
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En Valencia se repartieron el miércoles las famosas estrellas Michelin, el botellón de champán para los restaurantes de, como mínimo, a cien euros el cubierto. Y con tal motivo se reunieron en el Palau de les Arts más de cuatrocientas personalidades. Nada que objetar al número por parte de la autoridad local, pues las personas transmiten el coronavirus, pero las personalidades, a lo que se ve, no. Y tampoco problema alguno con el exhibicionismo, ya que organizar una regata de veleros es indecente, mas el vino viejo y la comida en bocaditos con texturas sorprendentes siempre han maridado bien con nuestra izquierda gourmet. No sé si en España quedan comensales para tal firmamento pantagruélico, me temo que no.
El mismo día en que los cocineros con la nariz más empinada del mundo se dieron ese homenaje, Casa Caridad anunció que en el último año había duplicado el número de bolsas de alimentos de primera necesidad que reparte. El contraste entre lo uno y lo otro fue de Dickens, resultó vergonzoso. Y no digo yo que un restaurante caro no sea un negocio que contribuye al bien común, ni que tener cocinas excelentes nos desprestigie, no, al contario, pero también es cierto que la red de pequeñas empresas y autónomos que nos sustentaba se está desmadejando y que la luz de esas estrellas Michelin nos oculta la oscuridad del cielo, y al precio que está la luz, oye. La gastronomía es la nueva filosofía política, menos para los que sufren la crisis de verdad. Confundir la hostelería española a secas con el conjunto de la extenuada economía nacional es pan de masa madre con virutas de trufa y espolvoreado de frutas del bosque para hoy y hambre para mañana.
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