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LA ETERNA OBSESIÓN POR LOS ÁRBITROS

Otra polémica decisión sirve para machacar al juez. Hay hasta quien cree que es penalti pero que en el 93 no debía pitarlo

FERNANDO MIÑANA

Domingo, 15 de abril 2018, 11:47

Da la sensación de que el mundo, en realidad, gira a golpe de pulsiones balompédicas. Y que polémicas como la del Bernabéu generan energía suficiente para que el planeta dé vueltas lo que resta de año. Muchísima gente parece razonar en función del color de su corazoncito. Que eres blanco, penalti indiscutible. Que detestas el blanco, afrenta flagrante. No conozco a ningún madridista que haya dicho que lo del miércoles no fue penalti. Y casi, casi que al revés.

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Mi opinión, minúscula, insignificante para alguien que sigue el fútbol de perfil, es que fue penalti. Aclaro, antes de que alguien empiece a soltar espuma por la boca, que no soy madridista. Más bien todo lo contrario. De hecho, no encendí la tele hasta que no vi que iban 0-2. Me da rabia verle ganar en Europa todos los años. Aunque, ya digo, hace tiempo que aprendí a protegerme de las heridas de la pasión tomando distancia, relativizando el juego. Si mi equipo gana, me alegro. Si pierde, a otra cosa. Que el fútbol ya me hirió lo suficiente de adolescente, cuando me pellizcó el corazón más veces que la más vil de las chicas.

Creo, insisto, que Benatia empujó a Lucas Vázquez. También creo que para el madridista fue una bendición, pues no lo vi muy decidido a romper la pelota y en cuanto notó el empujón fue como si le hubieran disparado en la nuca. Luego, encima, vino la expulsión de Buffon, que parece ser que fue algo así como asesinar a un apóstol. Algunos piensan que a las leyendas no les huele el aliento y es mentira. Ahí están Malcolm Otero y Santi Giménez, que ya han publicado la segunda parte de 'Il.lustres execrables', para desmontar a los mitos y enseñarnos que James Dean apestaba, que a Charles Chaplin le gustaba meterle mano a las menores o que Charlie Rivel le felicitaba el cumpleaños por carta a Hitler y era amigo de Goebbels.

Lo más gracioso del asunto es una nueva 'norma' que desconocía y que han esgrimido, como si blandieran la mismísima Constitución Española, los antimadridistas. En esencia viene a decir que no se puede pitar un penalti así en el minuto 93.

O sea, que hubieran aceptado que el árbitro señalara penalti si Benatia se le hubiera subido a la chepa a Vázquez en, digamos, el minuto 32, pero que esa misma infracción es inaceptable si está a punto de empezar una prórroga.

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En realidad estoy dando rodeos para decir lo que realmente pienso: que el árbitro es un pelele que usamos a nuestro antojo. Si nos favorece, callamos. Si nos perjudica, ladramos. A todos mis amigos valencianistas (y antimadridistas) les he propuesto el siguiente ejercicio: ¿Qué hubieran pensado si en lugar de Lucas Vázquez hubiera sido Rodrigo y en lugar del Real Madrid, el Valencia? Todos, aunque muy pocos tiene la nobleza de aceptarlo, conocen la respuesta.

Pero ni siquiera esto es lo sustancial. Lo más grave, para mí, es esa ligereza asumida, alentada y hasta bien vista en el fútbol de zarandear al árbitro sin miramiento. En España, e imagino que no será muy distinto en otros países, está bien visto insultar al juez del partido desde la grada. Todo el mundo sabe más que el más reputado de los árbitros. Y a nadie, absolutamente a nadie, se le ocurre pensar que, aún equivocándose, aún equivocándose en el minuto 93 de unos cuartos de final de la Champions, no pasaría nada. ¿Alguien se ha planteado qué saca Michael Oliver señalando este castigo?

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Antes de algún campeonato de atletismo, la organización invitó a algunos viandantes, en la calle, para que supieran cuánto cuesta lanzar la bola de 7,26 kilos del peso, lo elevados que están los 2,45 metros del récord de salto de altura o lo lejos que quedan los 8,95 metros del de longitud. A mí me encantaría meter a algunos de estos bocazas del fútbol en medio del Bernabéu, ante 80.000 hinchas, para que tomaran una decisión en un segundo. Seguro que cambiaba su perspectiva para siempre.

Durante lustros presumí de que jamás escribí de los árbitros en mis crónicas de baloncesto. Y siempre explicaba que solo lo haría en un caso como el famoso tapón a José Antonio Montero en la final de la Copa de Europa de 1996, cuando Vrankovic, a falta de cuatro segundos, desvió el balón después de que tocara el tablero. Un error que cambió el signo de una final.

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Un día un amigo me explicó que sí, que tocó el balón después de que rebotara en el tablero, pero que Montero había lanzado después de hacer pasos...

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