Etnocentrismo de precisión
El resultado de este allanamiento es la monopolización de la moral pública por parte de la izquierda
BRUNO FERNÁNDEZ TERRASA
Martes, 13 de octubre 2020, 07:47
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BRUNO FERNÁNDEZ TERRASA
Martes, 13 de octubre 2020, 07:47
Según se ha sabido por revelaciones de Cayetana Álvarez de Toledo después de su cese como portavoz del Grupo Popular en el Congreso, Pablo Casado no quiere presentar batalla en esa que llamamos la «guerra cultural». El presidente del principal partido del centro-derecha continúa con la larga tradición de repliegue frente al marxismo cultural. Espera recoger del suelo, otra vez, un país que, cual manzana podrida, caerá víctima de la ruina; pero evitando la erosión que cree provoca el rebate filosófico contra ciertos conceptos clave del pensamiento único como el aborto libre, la «memoria histórica» o la «violencia de género». El resultado de este allanamiento es la monopolización de la moral pública por parte de la izquierda y la exclusión del espectro conservador. Una vez han alcanzado el mando absoluto de la conducta colectiva, pueden seguir profundizando en el proceso de manipulación de los hechos pasados.
Nadie que se precie de ser humanista debe eludir el acto de condena de un asesinato atroz, menos si es el de una persona joven. Claro que, como el buen juzgador profesional, se han de ponderar las circunstancias particulares que rodearon a un homicidio doloso como el del burjasotense Guillem Agulló en 1993 y que ahora no traeré a exposición. Ya por aquel entonces este muchacho fue elevado al altar como mártir laico del «antifascismo». La verdadera distorsión se produce cuando, utilizando como pretexto su tragedia, se ensombrece un drama mayor: por aquel entonces, y hasta iniciado el siglo XXI, la sociedad española soportaba sometida y sojuzgada la violencia extrema, indiscriminada y sistemática del terrorismo marxista y racista de ETA. De hecho, apenas un año antes de la muerte de Guillem, el 15 de enero de 1992, caía asesinado de un disparo en la nuca, exhalando su último hálito de vida sobre la polvorienta gravilla del ajardinamiento central de una avenida de Valencia, nuestro notable Manuel Broseta Pont. Un día después morirían también a tiros dos músicos militares valencianos, Virgilio Mas y Juan Antonio Querol. Tantísimas vidas de paisanos segadas por el odio político etarra como la de la niña Silvia de siete años en Santa Pola en el verano de 2002... Y son esos mismos que se lanzan con dinero público al homenaje mediático del desdichado Agulló los que hacen ímprobos esfuerzos para borrar de la memoria a los caídos de su mismo origen por acción del nacionalismo salvaje, y pintan escenarios imaginarios donde hordas de camisas pardas persiguen a indefensos demócratas y donde hoy el atentado a un uniformado valenciano es una «pelea de bar» que no merece reproche penal.
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