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Europa triste

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Solo unidos podemos estar a la altura de los cuatro grandes colosos

césar gavela

Miércoles, 18 de marzo 2020, 08:05

La Unión Europea está cada día más melancólica. Menos convencida de sí misma. Más confusa y dividida. Más deseuropeizada, por así decirlo. El más novedoso proyecto político del siglo XX, el que nació tras la segunda guerra mundial -cuando el viejo continente decidió suicidarse o casi-, el que fue avanzando durante décadas y esperanzas, ahora está envuelto en nubes burocráticas, en egoísmos territoriales, en deslealtades periféricas, en miserias diversas, en liderazgos rupturistas. En desencanto y burocracia. En mediocridad y falta de ideas.

¿Qué ha pasado? Allá los historiadores, que mucho tienen que decir y matizar. Pero lo cierto es que el proyecto europeo, el sueño de ser un gran país de 500 millones de habitantes, muy probablemente la mejor región del mundo, la más rica concentración de idiomas, ciudades, arte, progreso y filosofía, el solar de la historia que tejieron griegos, romanos, anglosajones, eslavos... ahora es un canto a la impotencia. A la resignación. Los estados siguen siendo todo el protagonismo, aunque fuera de escala cuando los comparamos con las grandes potencias. Alemania no puede competir con Estados Unidos, ni Francia con China, ni Italia con Japón, ni España con la India. Somos demasiado pequeños. Solo unidos podemos estar a la altura de los cuatro grandes colosos que mandan en el mundo. Nuestra incomparecencia en el conflicto sirio es vergonzosa.

¿Qué nos falta? Convicción, fuerza, imaginación, generosidad, estrategia. También un gran líder, o unos cuantos. Esos líderes que sí existieron cuando se creó el embrión de la Europa Unida: De Gasperi, Schumann... Nos faltan Adenauer y De Gaulle; Miterrand y Helmut Kholn. Ahora los políticos tienen poca altura, empezando por Angela Merkel, que, con todo, es la mejor. Pero no basta. Macron lo intenta pero tampoco puede. El resto nada cuenta. Necesitamos un impulso muy grande para renovar el más esperanzador y democrático proyecto político del planeta. El que ahora decae, como se prueba con la desarticulada gestión de la crisis del coronavirus. Donde Europa sigue en lo suyo: en la inacción y los contables. En la enanez internacional, en la modestia militar, en el pánico de los políticos a incomodar a la gente. Europa está sin pulso, y por eso también se marcharon los británicos. Que habían apoyado muy mayoritariamente su incorporación hace ahora más de cuarenta años. Europa necesita una revolución a fondo. Sin olvidar a Rusia y a Turquía. Hace falta valor, sí, porque si no avanzamos, retrocedemos. Y ya estamos en el repliegue.

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