Los excesos de las Fallas
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Ahora que han pasado unos días y la ciudad ha recuperado su aparente normalidad conviene reflexionar un año más sobre lo que representan las fiestas por las que es conocida en todo el mundo. Lo que son y lo que muestran, que no siempre es lo mismo. Hablar de Fallas debería ser sinónimo de arte, de sátira, de crítica, de extravagancia, de esfuerzo, de imaginación, de talento. Pero no lo es. Las Fallas, es verdad, son la celebración del exceso. Del exceso de genio, del exceso de energía, del exceso de trabajo, del exceso de humor, del exceso de sarcasmo. Pero en su máximo esplendor los excesos son otros: excesos de personas merodeando sin rumbo, exceso de monumentos levantados sin ton ni son, excesos de carpas cortando calles, excesos de puestos ambulantes en detrimento de los negocios tradicionales, excesos de verbenas con discomóviles que no potencian nada, excesos de suciedad desfavoreciendo el escenario que se cede para la festividad. ¿Está Valencia bonita en Fallas? Ni se ve. La ciudad no actúa de embajadora de nada. Acaba engullida por los excesos, pero no por los de los grandes monumentos efímeros sino por los de una juerga absurda y descontrolada. Valencia huele a fritanga, a tocino quemado, a vómito de la noche anterior, a desinfectante sin efecto.
Cuando se hace un balance de lo que ha sucedido en el mes de marzo se suelen sacar a relucir datos de ocupación hotelera. Se habla mucho de la cantidad de visitantes que se acercaron para conocer esta singular cita, pero se incide poco en su experiencia. Es decir, en lo que vinieron a buscar, en lo que les atrajo, en lo que esperaban encontrar. Y en lo que ocurrió después, en cómo disfrutaron, en cómo lo vivieron, en cómo lo entendieron. Si la mayoría de esas personas que viajaron a Valencia lo hicieron para emborracharse, para sudarla con cualquier excusa, para perder el sentido sin sentido, las Fallas habrán fracasado. Si la mayoría de esos asistentes no tuvieron ocasión de contemplar bien los trabajos en los que los artistas falleros emplearon un año, si no participaron en algunos de los eventos que son símbolo de la fiesta, si no se contagiaron del ingenio que deberían derrochar los monumentos, las Fallas habrán fracasado. Si todos los vecinos de la ciudad no se sienten integrados, representados, convocados, las Fallas habrán fracasado.
Cada vez que llegan estos días postfestivos tengo la sensación de oportunidad perdida. Reconozco que suelo huir en estas fechas, pero cuando por distintas razones no me muevo de Valencia y soy testigo (no partícipe) de las Fallas siempre me invade esa desazón, esa especie de lástima de lo que pudo ser y no fue. Sobre el papel una fiesta basada en el arte y en el trabajo artesanal debería ser una fiesta de la cultura, de la diversidad, de la inteligencia. Pero no parece que estos sean los fines de las Fallas que vivimos. ¿Son estas las Fallas que queremos?
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