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Que las Fallas son una celebración del exceso es algo indudable, solo así se puede definir a unas fiestas para las que durante todo un año se construyen monumentos increíbles, de dimensiones considerables y de notable interés artístico. Y qué decir del hecho de que estas fiestas culminen con esas obras derruidas entre llamas. Ese exceso las hace únicas, para bien, y las distingue de otras.

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La cuestión es que los excesos en las Fallas van más allá de lo hasta ahora planteado. Hay exceso de petardos: desde que comienza marzo se permite que en cualquier momento del día los más pequeños y los grandes los lancen por las vías de la ciudad; lo hay de carpas: no existe rincón en el que no encontremos una que impida la circulación y que no traslade la juerga durante semanas debajo de las ventanas de numerosos vecinos; y también de churrerías: es increíble la proliferación de puestos ambulantes, que los llevan a rivalizar entre fritangas casi en un mismo metro cuadrado. Incluso podríamos señalar como excesivo el número de mascletaes, ya que no se concentran en los días grandes sino que se inician en cuanto marzo asoma. Valencia está un mes sumida en una fiesta, en la que va encadenando día tras día con cabalgatas, homenajes, castillos, ofrendas, exposiciones y verbenas. Y esto es excesivo.

Hay abusos que nada tienen que ver con la propia fiesta, aunque sí son consecuencia de un comportamiento excesivo, el del que sale a celebrar creyendo que todo vale y sin respeto ninguno por lo que sucede a su alrededor. El barrio de Ruzafa amanecía después del fin de semana como un enorme vertedero cubierto de plásticos y papeles. No había emplazamiento en el que no se reflejasen las secuelas de verbenas y otros festines. El domingo por la mañana los alrededores de la Iglesia de San Valero y las propias escalinatas aparecían cubiertas de basura. El lunes todavía se podían observar restos en ese enclave y en otros cercanos. En el acceso principal del edificio de la Lonja se ha colocado una enorme valla para protegerla precisamente de actos derivados con el botellón. Con otros monumentos también se tomarán medidas similares para que no sean afectados por restos de orines, basura y más desperdicios. No existe justificación para este tipo de conductas incívicas y solo cabe condenar al que para divertirse arrasa con el mobiliario urbano y no tiene en cuenta que la ciudad es de todos y que en ella también viven personas ajenas a esa fiesta.

Pero las propias Fallas deberían reflexionar sobre su carácter desmesurado, sin fronteras, casi sin normas. Existe una sensación generalizada de que cuando empieza marzo todo está permitido, de que se levanta la veda, de ciudad sin ley en la que lo mismo caben actuaciones a cualquier hora que enormes barbacoas en plazas. Y en este contexto es imposible controlar los excesos, acotarlos y preverlos. Todos debemos hacer autocrítica.

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