La retina explota. Oltra da saltos enfundada en una camiseta naranja en una fiesta al aire libre. Con su gorro naranja. Desenfocada. Impuso a fuerza ... de camisetas sus teorías sobre el valor político de la imputación judicial y el mantra se coló en el discurso político, y hasta en los programas electorales, con tal fuerza que la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal trocó el término en investigado para evitar connotaciones estigmatizantes y negativas. Con escaso éxito, porque hay muchos agraviados que no olvidan ni perdonan. Tocó el cielo valenciano aupada en una ola de honorabilidad, con las víctimas de su juego político, imputadas, empaladas en pro de la regeneración política -su círculo condenado a negarlas al alba-. Es la fiesta de la imputación. La exigencia de una ética renovada se extendió por la política española como la pólvora, como contrapunto y alternativa al desmadre de la corrupción. Era puro tacticismo: al reclamar la asunción de la responsabilidad política y la necesidad de regeneración se incidía en su criminalidad. Nosotros y ellos. El bien y el mal. Como efecto colateral, positivo, se elevó en conjunto la exigencia de los cargos políticos en nuestro país. Hasta hoy. Tras hablar la Fiscalía, se ha descubierto la existencia de un tipo de imputación que no tiene coste político y escaso valor judicial: la suya. Una adenda reciente a las teorías de la vicepresidenta que lleva el sello de Compromís; se cayó la manzana del árbol justo a tiempo, porque la inspiración te pilla cuando estás trabajando.
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En medio de la celebración Oltra se rompe. Se duele en público por su madre, sus hijos. Ha jugado y juega muy fuerte. Ella, que ve fascistas por todas partes, salta y salta sin terminar de creerse su propia imputación. Los demás seguramente tampoco. Todos a una, aunque no se sabe quién es la víctima; lo repiten hasta convencerse a sí mismos. Y se lanzan contra molinos de viento. Para que conste, para despistar: las imputaciones son, desde el viernes, un hecho sin trascendencia, un accidente, una aberración judicial. Los antaño crédulos, muchos de ellos víctimas, se preguntan, atónitos, revisando el pasado, por qué -y, sobre todo, para qué-. Porque cerrar filas y ponerse de lado no parece tan difícil: necesito tiempo para decidir, tenemos que hablar. ¿Y los abusos? El 8 de marzo. Así de fácil. El voto del desencanto se mueve de forma lenta pero inexorable. No es el único precio que asume Puig por mantener a Oltra hasta que se resuelva el caso: con su silencio el president contribuye a la pérdida de credibilidad que alimenta el voto populista.
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