Quizás fuera medianoche en París… cuando el empresario del Moulin Rouge acercó a sus labios la copa de champagne y olfateó el perfume del éxito. Visitaba el modesto local de un competidor, advertido por uno de sus cazatalentos. Después de los saludos de rigor por parte del dueño, temeroso de que viniera a robarle alguna estrella, el tipo rechazó la compañía de las señoritas que frecuentaban el local y ocupó la mejor mesa con sus matones. En el París de 1925, aquello era poco más que un agujero, pero podía ser un buen sitio por el que pasar la batea y sacar una pepita de oro, si había suerte.
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En el escenario del cabaret, un mago hacía desaparecer a su atractiva 'partenaire', una cantante con más pechugas que talento entonaba canciones picantes entre copa y copa de absenta, mientras que un hombre mayor lloraba tonadas de desamor.
Era al final cuando salía Merceditas Serós, una tiple a la que sus paisanos de España llamaban 'la maña' y que del último viaje a su tierra se había traído lo que estaba llamado a ser un bombazo de un tal… Maestro Padilla.
El compositor almeriense había compuesto con el libreto del sevillano José Andrés de Prada la zarzuela 'La bien amada', montando una trama de chico conoce a chica, malo quiere a la chica, chico vence al malo y los chicos acaban juntos en un El Cabanyal de cartón piedra.
Al público le cayó en gracia uno de los pasodobles que, para hacerlo más popular, los autores decidieron versionear para cantar fuera de la representación con el título de… 'Valencia', la tierra de las flores de la luz y del amor.
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Quizás, las calles de Pigalle estuvieran aquella noche mojadas y un mutilado por la guerra de 1914 con la pechera lleva de medallas dejara de avanzar con sus muletas al escuchar los primeros acordes. El empresario del Moulin Rouge vio cómo el público seguía con palmas la marcha y él mismo se llevó sin querer el ritmillo en la cabeza toda la noche. Pro eso, se puso en contacto con Padilla y encargó una versión con la letra en francés para su gran estrella: la Mistinguett.
Todo París pasó a cantar la canción, se vendieron más de dos millones de discos de pizarra, miles de cintas de pianola e incontables copias de la partitura. A Padilla le llovieron los encargos y repitió el éxito, amasando una fortuna que conservó hasta su muerte.
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Sin embargo, esa riqueza fue compartida, porque la letra gala calificaba a Valencia como «la tierra de las naranjas» y a los exportadores valencianos les faltó tiempo para lucir en elegantes etiquetar el origen del dulce cítrico y hacer una de las triunfales campañas de marketing de la historia. Las oportunidades hay que cogerlas al vuelo y hasta ahora a esta pirueta del destino se le ha sabido sacar el jugo.
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