La extinción de los viejos dinosaurios
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Se sientan dos señores octogenarios a zamparse sus bocatas, sus olivas y su litrona (¡cuidado con la tensión y la analítica!); es la hora mágica ... del 'esmorsaret', en el lugar acostumbrado, como toda la vida, platicando sobre ideas repetidas, pontificando sobre lugares comunes, y se sienten capaces de lanzar a volar su ciencia. «Esto se acaba», sentencian. Hombre, claro, todo se acaba, como todo renace. Nacer, reproducirse y morir. Un absurdo. Si a esas vamos, ya lo hicieron notar los presocráticos. Y con cierta edad, más cerca. Pero tanto como vaticinar el fin absoluto, el de todos... «De aquí a diez años no quedarán agricultores», remata otro, recién llegado al grupo y rebosante de pesimismo. El clima decepcionante se palpa en el ambiente, entre voces que se alzan más de la cuenta pidiendo bocadillos, cervezas, carajillos... ¡Oído, barra! El ambiente de jolgorio colectivo contrasta con los juicios tan negativos de ex agricultores que se ven capaces de pronosticar la extinción de la agricultura valenciana. Con un par. Pura ciencia.
Todos los días se extingue algo y surge otro algo nuevo. Aquí, alla y más allá. Se extinguieron los viejos dinosaurios que dominaban la Tierra y la misma catástrofe que los llevó al fin facilitó que emergieran pequeños mamíferos. De ahí venimos. Donde unos acaban, otros empiezan. No cabe hablar de extinción total, del fin absoluto.
Aquella huerta valenciana que fue despensa de hortalizas de media España, se acabó hace tiempo. No existe aquel esplendor en el que se recrean quienes ahora, porque no ven lo que se esfumó, son proclives a pontificar lo que tampoco será.
Hace tiempo que una familia no puede vivir de trabajar solo un puñado de hanegadas. Por eso aquel afán de convertirlas en solares. Pero junto a los viejos agricultores que lamentan lo que pasó de largo hay nuevas realidades que surgen aglutinando tierras que producen con otros modos. Hay en marcha procesos de sustitución: unos cierran y otros abren en otros sitios; y en la misma huerta hay jóvenes que alquilan tierras ociosas y juntan cientos de hanegadas que cultivan con más conocimientos, criterio empresarial, medios modernos y renovadas ilusiones.
Todos los días hay extinciones, pero no hay por qué elevar la frustración de unos a ejemplo categórico para todos. Porque además supone un desprecio hacia quienes siguen en el tajo, empeñados en trabajar contra todas las dificultades. Y, por cierto, en muchos casos, esas dificultades con las que tienen que apechugar hoy los jóvenes al frente de sus explotaciones vienen de silencios y dilaciones de generaciones anteriores que no aprovecharon aquel esplendor para haber establecido un mejor marco de futuro.
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