Para ser republicano y comunista, tiene nombre de rey y apellido con inequívoco ánimo de lucro. El caso es que nuestro personaje, Juan Carlos primero (no se me acalore, que es un simple ordinal) y Monedero después, antes de emular a Alonso de Ojeda y exprimir sus neuronas en la exploración del Caribe quedó atrapado entre las arenas de Tatooine. Ya tenemos algo en común; si hubiera mirado alrededor vería mis huellas junto al esqueleto del dragón krayt. Tal es su fascinación por la saga galáctica de George Lucas que incluso ha prologado el ensayo 'La fuerza está contigo. Poder y política en Star Wars' (Pireo, 2020), y entre sus asertos se apoya en Von Clausewitz y Lenin para defender que la expresión máxima de la política es la guerra. Viniendo la sentencia del cofundador de Podemos, encajan las piezas: para que las conciencias no se adormezcan toca agitar periódicamente el sonajero. Monedero tuvo que abandonar el partido y recluirse en su nada revolucionario retiro de Chamberí. Como luego Bencansa o Errejón, debió prever que esto ocurriría. Es el sino de los Sith; sólo puede haber dos, aprendiz y maestro, y el círculo se cierra cuando el primero mata al segundo -lo siento, camarada, pero en mi historia vas con el imperio, y como compensación por el agravio prometo colgarte del cinto el sable láser más rojo que encuentre; hazme caso, el Che Guevara a tu lado, un burócrata-. Caído el ideólogo pervive su criatura, y desde hace tiempo le crujían las tripas, hambrientas de indignados. Podemos necesitaba otro 15-M refundacional del que saliera un nuevo ejército de clones dispuesto a actuar si el Palpatine de Galapagar ejecuta la Orden 66. Procedía animar el cotarro visto que la insurreción perdía vigor, depauperada por el tufillo a casta de sus líderes, bastiones del régimen a derrocar. Todo argumento servía: la monarquía, el 'procés', el desencanto juvenil... o las estrofas de un raperillo de medio pelo que reparte odio y deseos de muerte a mansalva. La clave era situar España en el inframundo, ese nivel 1313 de Coruscant que refugió a Ahsoka, para luego rescatar a los oprimidos. La libertad de expresión no ejerce aquí más papel que el de envoltorio blanqueador, pues la invoca el censor (su coleta a lo Qui-Gon Jinn no le hace pasar por Jedi) que intenta amordazar a la prensa; el que azuza a la turba violenta como hizo Trump con sus Village People contra el Capitolio. Escribe el padawan Martínez Dalmau en el mismo libro que Star Wars «destila un permanente conflicto entre la necesidad y a la vez la desconfianza hacia los políticos y la política». Por desgracia la reflexión tiene plena vigencia terrenal, no hay que estar hasta las cejas de midiclorianos para deducirlo. ¡Dank farrik!
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