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El Falcon vuela hacia las urnas

El Falcon vuela hacia las urnas

Sala de máquinas ·

Lunes, 30 de julio 2018, 11:17

Pedro Sánchez es, con diferencia, el político que más está disfrutando con los ornamentos del poder presidencial, o al menos al que más se le nota el gozo intenso con el que lo vive. Es una especie de profecía autocumplida que empezó años atrás. A todos nos contaron el mismo bulo varias veces y por distintos cauces. Siempre de la misma forma. Resulta que la amiga de la amiga de una amiga llevaba sus hijos al mismo colegio (concertado) que el hoy presidente y las niñas ya le habían dicho a sus compañeritas y compañeritos de clase «que se iban a ir a vivir a un palacio». El inventor de esta fake new debía conocer bien el paño, porque ha sido pisar Moncloa y convertirse la leyenda escolar en augurio de los nuevos hábitos. El helicóptero de las fuerzas aéreas para las cercanías madrileñas, el Falcon para ir a ver a los mandatarios europeos, el Falcon para ir al concierto de rock, el Falcon para hacerse fotos dentro mientras trabajan sin quitarse las gafas de sol, los oficiales cuadrándose a su paso, la escalinata de la Moncloa, la perrita, el reflejo de Obama, el eco kennedyano y por supuesto el freudiano retrato de sus manos publicado en Twitter. Sí, de sus manos poderosas, esas manos con las que toca y coge a sus interlocutores, las manos a las que el personal de Moncloa sometieron a una sesión fotográfica en clave psicológica para evidenciar el liderazgo masculino-molón de su propietario. Unas manos entrenadas durante años con la pelota de baloncesto, las manos que por lo visto hacen temblar al misterio, aunque acabaron siendo escarnio de las redes sociales. Seguramente a todos los presidentes del gobierno le gustaron las pleitesías del poder, a quién no, qué decir de Aznar, un milhombres; pero se conformaron con tenerlo sin más. Pedro Sánchez es el primero que ha querido que además todos sepamos que aquello es suyo y él y no otro está ahí. Por eso la infinidad de fotos y vídeos en la que le vemos ejerciendo con los atributos y liturgia presidencial. Quizá sea apenas un desahogo después de tantas veces que se oyó llamar perdedor nato, quizá es la estrategia de los publicistas que lo tutelan (Iván Redondo) con objeto de reforzar esa presidencia sobrevenida a base de gestos y apariencias de mando. Pero el caso es que sólo ha provocado risas y mucho cachondeo veraniego.

Los que le prestaron los votos, independentistas y podemitas, quieren empezar a cobrar la letra. Y Sánchez no tiene con qué pagarla

Bien. Estamos en que Pedro Sánchez anda feliz en su sillón y en su palacio, disfrutando además de los lujos del poder. Pero esta misma semana ya hemos comprobado que lo suyo es 'un quiero y no puedo', como el que se compra una casa por encima de sus posibilidades y luego no puede pagar la hipoteca. Los que le prestaron los votos, independentistas y podemitas, quieren empezar a cobrar la letra. Y Sánchez no tiene con qué pagarla, a no ser que se entrampe en otros problemas mayores y lleve el país al colapso político o la quiebra; o las dos cosas. Se apoyó en un fugitivo de la justicia, Puigdemont, que ayer mismo anunció que «el periodo de gracia se ha acabado» y quiere que comiencen ya las cesiones soberanistas o dejarán al gobierno socialista a la deriva parlamentaria. Pablo Iglesias no ha sido tan explícito con lo suyo, pero está en la misma clave de demandas. El viernes le tumbaron el techo de gasto, el sanchismo se queda sin margen presupuestario; atado. En definitiva, estamos ante la consecuencia de ignorar la realidad, una magra realidad de 84 diputados, y ante la temeridad mayor de ignorar esa realidad a base de sobreescribirla, a fuerza de gestos y apariencias que oculten la intrínseca debilidad de un gobierno sin mayoría real, porque sólo obtuvo mayoría para la moción de censura contra Rajoy, pero no para liderar el gobierno de la nación.

El tiempo ha dado la razón a Ciudadanos y a Albert Rivera. No había otra salida que la convocatoria inmediata de elecciones; cuanto antes. Y a eso vamos más pronto que tarde. Y si no fuera así, será una mala señal, la señal de que Sánchez para mantenerse arriba está dispuesto a cesiones capitales contra el interés general de los españoles. Una fantasía ajena a los hechos y alimentada por los medios suponía que la legislatura podía ser larga, que el PSOE iría reforzándose para concurrir a las urnas en 2020 en buena forma y así poder conquistar el poder por sus propios medios. La fantasía de un largo ciclo socialista que conllevaba dos equívocos. El primero, que Pablo Iglesias iba a dejarse comer el terreno y alimentar mansamente a su adversario a su costa, en lugar de desgastarlo. El segundo, que Puigdemont pasaría la oportunidad histórica de apretar y obtener ventajas del gobierno más débil de la historia de la democracia constitucional. La fantasía de que Puigdemont e Iglesias tirarían piedras contra su tejado en vez de llevarse las tejas del iluso que auparon a La Moncloa. Dicho en claro, el momento de mayor fortaleza de Sánchez fue justo en su investidura y los días siguientes en los que formó gobierno; a partir de ahí su poder irá yendo a menos, inevitablemente. Le toca la cuesta abajo del desgaste; cuanto más tiempo pase, peor estará. Superado el sueño de la investidura, queda claro que al PSOE le convienen elecciones cuanto antes. Mientras el PP trabaja en su renovación con Pablo Casado, mientras Ciudadanos sale de su pájara tras quedarse sin espacio y mientras Podemos y los independentistas se preparan para el asalto a la causa común de los españoles. De Sánchez podrán decirse muchas cosas, pero de tonto no tiene nada y ha demostrado que le sobra arrojo y está dotado para los órdagos. Así que el debate de la convocatoria electoral empezará a fraguarse pronto, si no ha empezado ya.

El tiempo ha dado la razón a Ciudadanos y a Albert Rivera. No había otra salida que la convocatoria inmediata de elecciones

El sanchismo puede caer en la tentación de sostenerse a costa de transigir con las demandas de podemitas e independentistas. Sería un drama para el país, pero sería también suicida para el propio partido socialista. El PSOE, en su larga historia, alguna vez ha caído en esa tentación (II República) con los resultados dramáticos conocidos. Si entra en esa deriva, en realidad pondrá un pasadizo directo para que la derecha vuelva al poder, porque eso es lo que eligió la ciudadanía en 1996 con Aznar y en 2011 con Rajoy cuando el país entró en barrena. El problema del PSOE es que necesita ser fuerte por el centro, no tiene otra opción, porque lo que queda a su izquierda carece de convicciones suficientes para la convivencia democrática. La izquierda que queda más allá del PSOE no acepta la pluralidad en el debate público y descalifica por sistema a los antagonistas como seres inhábiles, deslegitima los resultados electorales cuando favorecen la corriente mayoritaria del centroderecha y ahora además ha entrado en guerra con el sistema legal-constitucional, a fuerza de derribar las decisiones judiciales porque no se someten a sus postulados ideológicos. La izquierda que va más allá del PSOE es 1) revolucionaria (aunque ahora prefiere llamarse antisistema) y 2) independentista y antiespañola. Es, siempre lo fue, un socio enfermo para el socialismo democrático. Pero, ¿hasta qué punto lo sabe Sánchez?

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