Las Fallas se reencarnan como el Dalái Lama
UNA PICA EN FLANDES ·
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Las Fallas son el miércoles de ceniza de los paganos, el mecanismo de la metempsicosis a la vista de los niños, los locos y los pobres enamorados, el jeroglífico del eterno retorno por fin esclarecido. Todo cuanto nace, por hermoso y grande que sea, un día ha de transformarse en humo y cenizas, pero entre sus ascuas, entre sus escombros, como una pepita de oro incombustible, queda la semilla de un próximo renacer. La vida sucede a la muerte, la muerte a la vida y la vida a la muerte. No simbolizan las Fallas el principio de la primavera, sino del año entero, de un ciclo agrícola completo. Las Fallas son la Nochevieja de nuestros ancestros cazadores recolectores, el uno de enero de los corazones por los que aún corre sangre precristiana. Con la cremá acaban las Fallas, sí, aunque también recomienzan al mismo tiempo; luego, en algún sentido, hoy estamos más en Fallas que ayer.
No es casual que lo único que no arda sea el agua, que se evapore antes de quemarse. Sin agua el universo se transformaría en un conjunto vacío, en un desierto. Y en Fallas, por tanto, sólo escapan al fuego las lágrimas, hechas de agua y de células de piel, que a su vez son de agua. Las Fallas consisten pues en cenizas y lágrimas, fuego y agua, despojos y recuerdos. De ahí su valor metafórico. Existir es brillar un instante entre un incendio y otro. Todo en nosotros es falla, caricatura, ofrenda, verbena, aderezo, mascletá, fe, borrachera, hermandad y, al final, ceniza. Quedan las lágrimas que no arden y esa misteriosa fuerza que nos impulsa a volver a comenzar con la vida. Y digo que es más fácil entender por qué se queman las fallas que por qué, después de quemadas, se levantan de nuevo. Es más fácil comprender por qué todo termina que por qué todo recomienza. Tal es el misterio que las Fallas no resuelven, aunque sí encarnan.
Yo afronto la vida como un fallero: me entrego con pasión al arte a sabiendas de que no me sobrevivirá; hago de los chaflanes de mi barrio un continente que se autoabastece de belleza, amistades y buñuelos; a donde vaya me acompaña mi infancia llevando el estandarte de la sección infantil; mis petardos hablan por mí; del traje de valenciana me gusta todo menos lo poco que enseña y cada vez que me arruino, con un lápiz y un papel, de inmediato planeo mi próxima falla. ¿Se puede ser valenciano de otra forma? Por eso, hoy, 20 de marzo, proclamo que las Fallas consisten en una explicación simple de la eternidad. Che, que si tirásemos menos tracas las Fallas serían otro Tíbet, o sea, un lugar santo por su significado en el que meditar sobre la reencarnación.
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