La falta de autocrítica en À Punt
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La salida de la parrilla de À Punt de 'Assumptes interns' ha sido el último estoque a un proyecto televisivo fallido, que no ha cumplido los objetivos previstos y que no ha sabido adaptarse al panorama audiovisual actual. Es una sentencia contundente, dura, pero no inesperada, eran muchas las alarmas que advertían de que el modelo elegido para volver a poner en marcha la televisión valenciana no estaba funcionando como debería. El canal despedirá el año con unos índices de audiencia bajos y con la programación patas arriba: se desmontó la mañana, los cambios de la tarde no han surtido efecto y ahora el 'access' se cae al no alcanzar el rendimiento deseado. El espacio de El Terrat se concibió como uno de los productos estrella. La confianza fue plena una vez saltó de la emisión semanal a la diaria. Y lo cierto es que contaba con todos los elementos para ganarse un hueco en la franja. Estaba bien producido, solventemente presentado y había conseguido una identidad propia. ¿Qué ha fallado entonces? Me temo que el problema no ha sido del programa, sino de una televisión que no es capaz de servir de reclamo para que la gente acuda a verla, ni incluso cuando tiene productos estimables. Nadie se acuerda de que existe À Punt. Cómo va a aceptarla o rechazarla si ni siquiera es consciente de su presencia.
Lo del fracaso del proyecto no lo digo yo (solamente), es un clamor popular, que ha provocado incluso que se busque ya sustituta para la directora general. Me sigue sorprendiendo la falta de autocrítica, que nadie entone el mea culpa con algunas decisiones. El éxito de À Punt nos convenía a todos, para los periodistas era una oportunidad y para los ciudadanos, una alternativa más. Por eso alguien (o alguienes) debería haber atendido las consideraciones externas y no sentirlas como ataques: esa críticas que cuestionaban el esquema de los informativos o la ausencia de coberturas en acontecimientos relevantes, esas que dudaban del planteamiento de los magacines diarios, o esas a las que llamaba la atención que una televisión del siglo XXI se dibujase como si fuera de los años 90. Porque el «proyecto multimedia» del que se vanagloriaba esta semana el Consejo de Informativos (en una nota para quejarse del trato recibido por otros medios) tampoco ha sido acertado. Multimedia es mucho más que la emisión de un programa radiofónico en distintos soportes. Existen fórmulas de éxito en las que mirarse y debería haber voluntad de innovar. Cualquier proyecto audiovisual que nazca en este momento, de audiencias fragmentadas y de propuestas a la carta, ha de asumir riesgos, ha de buscar nuevos lenguajes, y sobre todo no debe ser conformista ni encerrarse en un búnker en el que solo dejaban entrar los halagos y todo lo que suponía reveses lo achacaban a diferencias ideológicas y a intereses ajenos. No hay más ciego que el que no quiere ver. Para la próxima etapa de la tele precisaremos profesionales con los ojos bien abiertos, altura de miras y capaces de observar más allá de sus propios egos.
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