Faltan currantes

Vaya por delante que la pandemia provocó una desbandada de trabajadores que tuvieron que buscarse la vida en otras profesiones y, algunos de los que en su día se fueron no han regresado. ¿Qué ha sucedido? Por un lado, los objetivos laborales de muchos no se ajustan a la demanda real de puestos de trabajo en los talleres. En la otra parte de la horquilla están los que no quieren adaptarse a las formas y horarios de trabajo de taller, en el que, en ocasiones, no hay días de fiesta. Como dicen los auténticos profesionales, «cuando la faena aprieta hay que sacarla». Para otros, estar en el paro les es más rentable, aun siéndoles negativo a nivel personal.

El panorama futuro de la profesión de artista fallero se presenta, cuando menos, complejo y con mucha incertidumbre, pues a todos los inconvenientes hay que añadir el elevado coste de los materiales a los que tienen que hacer frente para la construcción de la falla; falla que, por otro lado, financian las comisiones mediante la firma de un contrato. En este punto los dos actores tienen que ser conscientes de que no se pueden pedir peras al olmo. La respuesta de si se piden o no la tendremos el próximo mes de marzo.

Mientras tanto, y de forma inquietante, subyace el debate acerca de la supervivencia de la profesión, cada vez más complicada ante la ausencia de relevo generacional. Porque no sólo de títulos vive el taller fallero.