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La familia real británica al completo ha hecho estos días una encomiable exhibición de unión y fuerza, consciente de lo que se juega. En los ... días posteriores al fallecimiento de la reina Isabel II su presencia en las calles y junto a los ciudadanos se ha multiplicado. Mientras unos visitaban Gales, otros se arrodillaban para examinar con detalle las muestras de afecto, mayoritariamente ramos de flores, depositadas en varios lugares simbólicos del reinado; al poco, como por arte de magia, aparecían uniformados en las cuatro esquinas del féretro. Salvo por las salidas de tono de Carlos III, que en algún momento de exasperación se dejó llevar por los nervios, y la distancia, marcada, entre la nueva princesa de Gales y su cuñada americana, subrayada por los tabloides, el conjunto ha resultado impecable, a tono con la situación.
El personal de confianza ha sido encargado de guardar cuidadosamente, en uno o varios armarios roperos de Windsor, que está un poco más lejos y es más seguro, los cadáveres acumulados por la familia en las décadas pasadas. Imposible olvidar los hechos que marcaron el reinado durante los Annus horribilis I en los años noventa y, más recientemente, Annus horribilis II. No es día para hacer una lista de lo que los británicos y la familia se han esforzado en olvidar y tapar para que nada empañe las exequias de la estoica reina. Baste decir que tanto Andrew como Harry -el hermano díscolo- han vestido el uniforme militar tras ser despojado uno de sus honores militares al desertar de la familia real y el otro acosado por una arriesgada entrevista en la BBC en la que no solo no disipó las dudas sobre su integridad, sino que las alimentó. Todos se han contagiado: Piers Morgan, el polémico comentarista de televisión que abandonó el plató y fue expulsado de ITV hace un año por declarar en antena que no creía en las acusaciones de Meghan Markle, pedía que le fuera permitido al príncipe Harry honrar a su abuela uniformado, como así ha sido.
En claro contraste, nuestra familia real se ha visto obligada a exhibir sus cadáveres -uno muy vivo- y su desunión, sin pudor, ante la comunidad internacional. Como otras familias reinantes en Europa, padre a hijo son descendientes de la reina Victoria y, por tanto, familia lejana de la reina Isabel II. No tiene sentido una comitiva oficial en la que no participe el rey emérito. En el acto protocolario de ámbito internacional más importante del año, la noticia en nuestro país no es la concentración de altos mandatarios ni la despedida sino si, por azares del protocolo, padre e hijo compartirán banco en Westminster.
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