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En un mundo competitivo como el que vivimos era previsible, aunque no deseable, que la salida de la crisis provocada por el coronavirus se fuese a convertir en una especie de concurso en el que todas las ciudades, regiones y países rivalizarían para tomar la delantera a cualquier costa. En eso la pandemia no nos ha cambiado. Queremos seguir siendo los más guapos, los más altos, y los que la tienen más larga. No hemos aprendido que no siempre el que llega antes, llega mejor. Lógicamente cualquier responsable político querrá que el lugar en el que gobierna recupere la rutina, pero no de un modo u otro, sino en las mejores condiciones posibles. Tocaba esta vez hacer un ejercicio de honestidad y primar lo de salir bien antes que lo de ser los primeros en ello.
Ya en el planteamiento del proceso propuesto por el Gobierno se atisbaba que surgirían carreras y pugnas para ocupar las plazas de salida. De hecho no han faltado en los últimos días memes circulando por las redes como si el territorio entero hubiera entrado en una especie de 'Gran Hermano' con zonas nominadas, salvadas y en riesgo de expulsión.
La adjudicación de fases llegó para alegría de unos y disgusto de otros. Los que alcanzaron el primer estadio sacaron pecho victoriosos, mientras que los que se quedaron en la zona cero lo encajaron como una derrota. Jugamos a ganar o perder, con las terribles consecuencias que eso conlleva. Regresaron las lecturas previrus sobre el éxito y el fracaso, sobre los poderosos y los débiles, que hacen un flaco favor a esta situación.
Al margen de estas batallas me sorprendió la reacción de algunas personas en relación a la suerte que habían corrido o no sus comunidades. Así, muchos de los que pasaron de fase se sintieron atemorizados, mientras que unos cuantos de los que no subieron de nivel mostraron alivio, como si no se fiasen de lo que fuera a suceder ahí fuera, como si desconfiasen del retorno de algunas libertades colectivas.
Imagino que esta circunstancia se va a repetir en los próximos meses. La incertidumbre y la falta de seguridad ante el devenir de los acontecimientos nos impedirán estar tranquilos, no nos dejarán disfrutar del todo de la vuelta a la normalidad, o a la nueva normalidad que se han sacado de la manga como si fuera un comodín.
Han creado un síndrome ex profeso para esto , lo denominan de la cabaña y se supone que causa ansiedad, miedo y palpitaciones a aquellos que han de pisar la calle y regresar a su vida tal y como era. Daría para debate si lo que genera estrés en muchos casos no es recuperar una agenda frenética tras haber pasado un par de meses experimentando otros ritmos. Lo que no cabe duda es que la vacilación por lo que pueda venir va a quedarse como compañera de viaje durante mucho tiempo. En una fase u otra. Y deberemos acostumbrarnos a ello.
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