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La realidad de esas 'gentes del campo' súbitamente encumbradas por todo político y opinador que se precie, como retrató mi compañero Vicente Lladró para señalar al despoblamiento rural y a la España vaciada como el detonante de ese repentino interés, llegó el viernes al centro de Valencia. En tractor.
El hartazgo no es nuevo, ni lo es tampoco la exigencia de unos «precios justos», suficientes para ganarse la vida con un trabajo tan exento de glamur como repleto de madrugones, esfuerzos y sacrificios que no entienden de horarios ni de vacaciones. Lo novedoso es que más de uno -cuanto más urbanita, mejor- se pare a preguntarse qué falla para que quienes cultivan lo que todos comemos, y muchos tuitean con etiquetas como #realfood o #healthy, no perciban ingresos dignos ni puedan prometérselos a esos jóvenes con ganas de recoger el testigo y, de paso, quedarse felizmente en su pueblo.
«La sociedad pasa bastante del campo», se lamentaba el presidente de AVA, Cristóbal Aguado, quien recalca que no se quejan «por costumbre», consciente de la necesidad de implicar al consumidor en una causa que extiende, más allá del bolsillo del agricultor, al cuidado del territorio y a evitar que se vacíen las localidades del interior.
Y es que si un kilo de naranjas se encarece un 795% del campo a la mesa por los costes que va acumulando a lo largo del proceso, según el último estudio del Ministerio de Agricultura, que sitúa en el 5% la suma de los beneficios obtenidos en cada etapa y acredita las pérdidas de los productores, habrá que apuntarse a la autocrítica que exigía el presidente Pedro Sánchez a los supermercados y grandes cadenas de distribución. Pero todos, del primer eslabón al último. Y Sánchez, también.
Los agricultores y ganaderos podrían pensar en qué están dispuestos a hacer para «modernizar y organizar mejor las estructuras agrarias» y ser competitivos (con o sin ayudas públicas), como les pide el resto de la cadena alimentaria; los intermediarios, en los términos de esas «relaciones a largo plazo» que prometen al campo y en si sus márgenes se comen o no el beneficio del productor; y los consumidores, en si estamos dispuestos a pagar más para seguir comiendo naranjas valencianas.
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