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Al pensamiento único no le interesa un debate de fondo sino marcar con una estrella a los apestados que se atreven a contradecir sus postulados. Una de sus víctimas preferidas es Cayetana Álvarez de Toledo, tal vez una de las políticas más inteligentes, libres e inclasificables de toda España, la que la convierte en incómoda para los suyos -el PP- y objeto de vudú para sus detractores -la izquierda y los nacionalistas-. El último incendio que ha provocado y que le ha valido críticas hasta de su propio partido tiene que ver con su posición sobre el feminismo y su negativa a participar en la manifestación del 8 de marzo, al contrario de lo que piensan hacer otros dirigentes populares que se resisten a dejar la reivindicación de los derechos de la mujer como patrimonio exclusivo de la izquierda. Se puede estar de acuerdo o no con la postura oficial del PP respecto a asistir al acto del Día Internacional de la Mujer, aunque no es aventurado pronosticar que quienes acudan se llevarán todo tipo de insultos y descalificaciones, pero lo que no se le puede negar a la portavoz de los populares en el Congreso es que argumenta bien, con conocimiento de causa, aportando razones, basándolas en referencias de autoridad y provocando a sus interlocutores al salirse del camino trazado y por el que algunos, muchos, transitan dócilmente cual borreguitos al ritmo que les marcan otros que no son precisamente sus amigos. Lo que hace Álvarez de Toledo es una enmienda a la totalidad en lugar de tratar de sumarse a un movimiento para que no parezca que todo 'ese feminismo' es de izquierdas. Frente a la forma de entender la defensa de los derechos de las mujeres «como una protesta enfadada y pesimista contra una presunta victimización», ella -en línea con los postulados de Camille Paglia- no es partidaria de enfocarlo como un enfrentamiento contra los hombres sino como una celebración «de los avances conquistados en los últimos cuarenta años», en los que España «se ha convertido en una de las mejores democracias del mundo». Pero ese no es el discurso que interesa al feminismo antisistémico, el que señala a los hombres como potenciales violadores y engloba a todas las mujeres como víctimas de abusos sexuales, malos tratos por parte de su pareja y discriminación laboral. «Las mujeres no somos bloques identitarios o monolíticos, no somos colectivos, no todas sentimos lo mismo. Estoy en contra de caer en la colectivización de la mujer, en mi nombre no puede hablar nadie, ni hombre ni mujer. No pienso lo mismo que Irene Montero o Carmen Calvo por nacer con los mismos órganos que ellas», señaló la diputada popular. ¿No parece muy sensato y razonable?
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