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La industria del entretenimiento cultural también padece las cornadas de las repentinas modas que ponen, de repente, algún producto en valor sin que comprendamos a qué obedece el súbito subidón. Son fenómenos que adquieren un formidable fulgor reforzado por las críticas, los premios y el favor de ese amplio público que jamás osa contradecir las explicaciones de los popes que actúan con la arrogancia de la vaca sagrada que vive feliz pues percibe que nadie la sacrificará por no incurrir en pecado mortal.
Tal ha sido el éxito de la película 'Parásitos' que ya se habla, y se discute, y se marea, acerca de algo denominado «fenómeno Parásitos». Los «fenómenos» suelen ir asociados a lo paranormal, y en verdad, tal admiración hacia el largometraje coreano (del sur) roza lo paranormal para adentrarse en los terrenos de los misterios de la mercadotecnia. Venció cuando los Oscar a una de las mejores obras de Tarantino y al propio Martin Scorsese escoltado por sus descomunales actores habituales. Tamaña injusticia me tiene pasmado. 'Parásitos', en fin, pues ni fu ni fa, ni chicha ni llimoná, ni raíces ni puntas, ni esto ni aquello. No está mal, brilla en un par de ocasiones pero su tono general, salpimentado por un humor infantiloide y un aquelarre final, repleto de tópicos y con niño insoportable, me produce cierto tedio. ¿Quieren ustedes sentir dinamita recorriendo las entrañas mientras descubren conflictos entre pobres y ricos, la lucha de clases y tal y tal? Pues encontramos la demoledora 'Viridiana' de Luis Buñuel, esa descarga de ácido corrosivo con el tremebundo colofón paródico basado en la última cena. Uno nota el peso de la edad en estos detalles, acaso en este toque de cascarrabias que recurre a un clásico inmortal que te retuerce la sesera. 'Parásitos' provoca un ligero cosquilleo. Esa es la diferencia.
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