Festivales

Lo malo de los festivales, los de música, es que intentan transmitir la idea de que en ellos cabe todo. De que hay variedad, cuando lo cierto es que se trata de un paquete estándar de estilos comerciales al gusto de las masas y, lejos ... de dar cabida a propuestas innovadoras (alguna llega, pero en conciertos que empiezan a primera hora de la tarde bajo un sol cegador) son un puro ejercicio mercantil destinado al tan deseado entretenimiento del personal. ¿Eso es criticable?. Creo que si, pero sé que no. Porque en estos momentos de pensamientos únicos todo se reduce a blanco o negro, los periodistas han sido reemplazados por los fans y las agencias de comunicación tienen nóminas mucho más generosas. Que la gente se lo pasa bien resulta indudable y que al amparo de ese rodillo hedonista, justificado ahora más que nunca por los años de abstinencia de la pandemia, resulta sencillo colar gato por liebre. Que en este asunto, como en casi todos los de mi vida, me asaltan las dudas. Porque como fotógrafo, si voy con mi cámara, no hay mejor escenario que un lugar abarrotado de gente fuera de control. Hallo refugio tras la máquina y trato de poner orden a tanto movimiento anárquico. Como periodista, o mero observador, me aterran en cambio los movimientos de las masas, el calor que desprenden miles de cuerpos sobrepasados por el alcohol. Siempre las dualidades. El trabajo, que en mi caso es un placer, te impide dejarte llevar por la complacencia. Disfruto de la fotografía pero me pierdo la música. Como espectador, en cambio, pienso en las imágenes que estoy dejando pasar pero puedo disfrutar, a cambio, de las vibraciones del concierto. Aunque es raro que algo me emocione. Casi todo me suena igual de aburrido.