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DIEGO CARCEDO
Miércoles, 6 de diciembre 2017, 10:41
Como está sobradamente demostrado que el ser humano no escarmienta en cabeza ajena, es imposible no alarmarse ante la fiebre que estos días se ha desencadenado en torno al bitcóin tras el anuncio de Maduro. La moneda virtual o criptomoneda surgida para facilitar la especulación hace ocho años ha pasado de ser una extraña iniciativa financiera, sin padre ni madre, es decir, sin un Estado que la avale ni un banco emisor que la sustente, sin billetes impresos ni monedas tangibles, a convertirse en un verdadero delirio entre inversores poco convencionales que no puede por menos que causar intranquilidad. Aun así, ahí sigue, y gana nuevos adeptos. El último, Nicolás Maduro, quien busca en el bitcóin venezolano una nueva vía de escape a la maltrecha situación económica de su país.
Todo parece clarísimo y de un aire tan prometedor que no es por menos de dudar y hasta temer. Cuando uno escucha, bien es verdad que sin entender muy bien las argumentaciones sobre las maravillas del bitcóin, que en los últimos días ha roto todos los récords de beneficios, enseguida viene al recuerdo el excelente libro de Galbraith sobre la historia de las euforias financieras, con un recuerdo para la locura de la tulipamanía que arruinó la economía de los Países Bajos, por no hablar del desbordamiento del precio de las especies que incluso superó al del oro.
La relación existente entre el valor y el precio de las cosas, que con frecuencia no suele coincidir, siempre se ha prestado a iniciativas especulativas, que al igual que el señuelo de los negocios piramidales, suelen acabar mal, enriqueciendo a alguno, desde luego, pero arruinando a los creyentes en los milagros de la multiplicación del dinero. El bitcóin cuenta, eso es evidente, con defensores muy expertos, pero hasta su propia existencia resulta un poco absurda; si se considera la conveniencia de mantener la estabilidad de las monedas oficiales, inventarse una nueva y sólo virtual resulta a todas luces innecesaria.
¿Acaso con el euro, el dólar, el yen y el franco suizo como monedas más potentes y de referencia no hay suficiente para mantener un equilibrio entre las economías de los países y para garantizar sus operaciones? Cuesta asumir que el invento del bitcóin -que dicho sea de paso también, no es la primera iniciativa de esta naturaleza que existe-, no parece ofrecer otra ventaja más allá que no sea la de estimular y facilitar la especulación, esa forma de ganar dinero fácil -no digo que sin riesgos- sin contribuir directamente a la inversión, antes al contrario volviéndola innecesaria para obtener beneficios, a la creación de puestos de trabajo, al crecimiento industrial, al desarrollo comercial y menos aún a reducir la brecha de la desigualdad social.
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