Que la fiesta se acabó desde que comenzó la pandemia lo saben hasta en los karaokes recónditos donde todavía se canta el éxito de Paloma San Basilio. El Covid ha mermado el ánimo y la vida social. Y tendremos que acostumbrarnos a que va a ... ser así durante una temporada. Aunque cueste comprenderlo es algo que a estas alturas debería tener asumido todo el mundo.
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No es el caso de Downing Street, donde combatieron el virus a base de alcohol, cada uno el suyo, eso sí. Según el correo electrónico al que tuvo acceso la cadena de televisión ITV mientras Reino Unido sufría un confinamiento severísimo a la residencia oficial del primer ministro del Reino Unido se invitó a un centenar de personas, para tratar de relajarse en comunión por la presión a la que el país -y el mundo- estaba sometido. «Traed vuestro propio alcohol», se especificaba en el mail («Bring Your Own Bottle»: trae tu propia botella).
Las cifras de muertos y afectados no dejaban de crecer, las restricciones se imponían sin distinción, en el exterior únicamente se podían juntar dos personas, pero en el hogar de Boris Johnson no se dieron por enterados. La vida poco tenía que ver en el exterior y en el interior de la sede inglesa. La fiesta se había acabado, pero solo a un lado del espejo.
«Quiero pedir disculpas», comunicó ayer el mandatario en la Cámara de los Comunes. Lo peor fue la justificación, ya que se excusó argumentando que creía que aquello era una reunión de trabajo. Ahora entendemos mejor algunas decisiones que ha tomado Johnson durante su carrera política si todas las reuniones a las que asiste son así.
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En su día también se disculpó Djokovic por asistir a una fiesta a propósito de un torneo de tenis que había organizado en pleno 2020 en los Balcanes, y de la que se filtraron fotografías de los asistentes sin mascarilla. Después el tenista y su mujer anunciaron que se habían contagiado. La fiesta les salió cara.
Pero no aprendió demasiado de la experiencia a juzgar por su negativa a vacunarse, un tema del que no se deja de hablar en las últimas semanas. El mundo vive conmocionado de nuevo por la variante ómicron y por el temor a que sigan apareciendo cepas que paralicen nuestra actividad, pero el debate gira y gira en torno a lo que puede o no puede hacer el deportista. Esta vez no ha pedido perdón, pero sí ha reconocido errores en su visado. Lo que sea para que la fiesta no acabe.
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A los demás solo nos queda mirarlos asombrados, encerrados en nuestras casas, confinados por obligación, agotados mentalmente, con la energía por los suelos. La mayoría ni siquiera anhelamos las fiestas, solamente aspiramos a retomar nuestra triste rutina, aquellos días que antes nos parecían sosos y aburridos y que ahora recordamos con deseo y jolgorio. La resaca de tanta limitación no nos la va a quitar ningún paracetamol.
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