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La fiesta electoral

Martes, 19 de febrero 2019

Ahora sí que nos sumergimos, de nuevo, en la vorágine electoral. Y esta vez se presenta especialmente interminable y con un espectro cuasi imposible de augurar. Tras las desastrosas encuestas publicadas durante la reciente cita andaluza, y con el CIS innovando entre fogones, muchos ya sólo recurrimos a las medias y medianas de las miles de cifras publicadas para tratar de aproximarnos -aunque sólo sea para opinar- a unos posibles resultados. Lo que está claro es que, todavía, está toda la estrategia por forjar, pues lo que vamos presenciando durante las últimas jornadas no resulta nada sencillo de interpretar. Ciudadanos -en clave nacional- de momento se postula a la derecha, lejos del PSOE, muy lejos, y sin alianza posible. Sin embargo, ese lado de la balanza le podría asfixiar y le separa de los tan codiciados votos de los centristas e indecisos. Por su parte, Podemos, a estas horas, ni está, ni se le menciona, ni se le ataca, ni se le espera. Y está aún por ver si reaparece. El PP, mientras tanto, afirma -pero no predica- que se inclina por el tono moderado -pero altamente ideológico- frente a Vox, aunque precisa urgentemente recuperar a esos fieles que hoy sólo vitorean a Abascal. Por su parte, los de Sánchez, tras estos ocho meses de gracia, poco pueden hacer ya y quizá sean los únicos que tengan la partida ultimada. Que no ganada. Pero, en todo este lodo político, queda por descifrar la táctica - si es que la hay- del independentismo catalán. Los de Esquerra lo han apostado absolutamente todo a una única insignia: a la estrella fugaz de la declaración unilateral, a la ensoñación de la bandera, a su ansiada 'libertad'. Han renunciado por el camino, no sólo a gestionar y a su ideología progresista, sino también a unos presupuestos que para Cataluña eran mucho más que favorables. Han puesto sobre la mesa la cabeza de sus líderes, dejando a la suerte de las urnas un presumible indulto, y ya veremos a quién se encuentran cuando aporreen en el futuro esa puerta. Los políticos tienen un patente reto ante la maldición de la abstención en esta fiesta electoral: movilizar el voto, explicar, de una vez, la transcendencia del Senado y lograr que durante esta ardua travesía no nos hartemos del ya soporífero monotema catalán.

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