Es difícil competir con 'Sant Antoni del porquet'. Y no es porque sea santo ni porque vaya acompañado de un cerdito. Es por su transversalidad. ... Aunque su fiesta comience con una misa, la bendición que todos los años se imparte a los animales no tiene connotaciones políticas de ningún tipo. Ni siquiera las tiene religiosas. No hay banderas ni mensajes ni consignas. Sant Antoni está abierto a todos los valencianos que quieran, como ayer, pasar por la calle Sagunto y que sus animales reciban el agua bendecida. Y fueron muchos. Todos los años son muchos. Perros, gatos, pajaritos, tortugas, hurones o caballos, el amor hacia los demás seres vivos no pide carnets ni adscripciones a partidos. Por allí se dejan ver políticos de uno u otro signo con sus mascotas: Sandra Gómez, del PSPV, o Marta Torrado y Mª José Catalá, del PP, acuden de forma regular.
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Además el tándem maravilloso de niños y animales de compañía convierte el desfile y bendición en una verdadera «Festa de la Infantessa», sin desmerecer en nada la de las Magas republicanas. Ellas se retratan solas por su sectarismo. Justo lo contrario de Sant Antoni, una tradición valenciana cuyos años de existencia no pueden contarse con los dedos de una mano como las Magas. Es tradición con toda la profundidad de la palabra, no con un apaño político que no convence más que al ya convencido. Está arraigada en los pueblos y en las comarcas valencianas y no en una capital sometida a la coyuntura del momento histórico que se empeña ahora en reivindicarlo contra todo interés de la ciudadanía. Un desinterés plasmado ayer en la ausencia de público. En la calle Sagunto, parece que siempre falte espacio a pesar de su amplitud y la buena organización para evitar aglomeraciones. En la plaza del ayuntamiento, en cambio, los aforos no necesitaban grandes restricciones a la vista de la concurrencia.
Pero, como digo, no es fácil competir con la fiesta de los animales. Por mucho que el Papa se queje de la preferencia animal antes que la filial. Sant Antoni demuestra cada año que ambas pueden convivir y deben hacerlo por el bien de los niños que crecen con un compañero al que cuidar, respetar y apreciar, y por el de los animales que se sienten, así, parte de la familia. No son excluyentes ni más egoístas quienes dedican su tiempo y sus cuidados a un ser vivo de cuatro patas siempre que lo perciban como un acto de responsabilidad. También la paternidad y maternidad son vocaciones y, por tanto, hay quienes no están llamados a ello. Nadie lo sabe mejor que un clérigo célibe como el Papa.
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