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Pienso, luego existo. Esta frase que Descartes dejó por escrito en su 'Discurso del método' representa uno de los pilares del conocimiento. Al poner en duda a la propia duda se está cavilando, se genera un pensamiento y si éste existe, por tanto, el individuo, ... como ser que discurre, lo hace también. Pienso, luego existo. En esa sencilla unidad sintáctica que, ahora alguno incluso tildaría de perogrullada, está la base del racionalismo que se desarrolló en paralelo a su némesis, el empirismo, que defendía que la raíz del saber está exclusivamente en la experiencia. A partir de aquel siglo XVII nació la filosofía moderna que propició una transformación revolucionaria sin precedentes en la investigación científica. Quien ha tenido la suerte de poder estudiarlo, lo sabe. Como también conoce que en su pionera 'Enciclopedia', el escritor Denis Diderot compiló, en orden alfabético, los estudios de filósofos y científicos con el ambicioso objetivo de luchar contra la superstición que atemorizaba a la gente. Aquella obra magistral tuvo que sortear inquisidores y censuras para poder salir a la luz en Europa. No había voluntad de que el pueblo aprendiese a pensar. Ahora que gozamos de democracia, libertad y derechos parece que tampoco la hay. O al menos no es la prioridad política.

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Si el Congreso en 2018 avaló que la Filosofía fuera obligatoria por sorprendente unanimidad, con respaldo de PSOE y Unidas Podemos -siendo por cierto la formación morada autora de esa iniciativa no vinculante-, ¿por qué ahora el Ejecutivo la excluye de esa enseñanza? El nuevo real decreto del Gobierno la deja fuera de las optativas de la oferta obligatoria en secundaria pero, dice el Ministerio cual concursante de 'Pasapalabra', que serán las autonomías las que fijen las materias opcionales. Se abre la puerta a que los estudiantes finalicen su formación académica obligatoria sin haber escuchado una palabra sobre Platón, Aristóteles, Kant o Nietzsche. Porque no tiene pinta que sus postulados se incluyan en la de 'Educación en valores cívicos y éticos' que sí deberán cursar todos necesariamente. Así que únicamente quienes sigan en Bachillerato se encontrarán con la fascinante aventura del saber que ofrece la filosofía. Pero el problema es que a esa etapa no todos llegan. Y, sin embargo, a lo que todos esos niños y adolescentes si alcanzan, desgraciadamente cada vez a edades más tempranas, es a una nociva sobreexposición a internet y redes sociales capaz de doblegar voluntades y manipular conciencias. La única manera para manejar el lado oscuro de lo virtual y lo real es aprender a pensar, cuestionándolo todo con sentido crítico, como enseña filosofía. Advertía Saramago hace años que en la sociedad actual «nos falta filosofía» porque sin la reflexión y sin ideas, como decía él, «no vamos a ninguna parte».

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