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En un año corriente y a estas alturas de la temporada en la que se vislumbra el verano más ansiado de nuestras vidas, cuerpo y mente empiezan a flaquear. En 2020 vivimos, de aquella manera, unas vacaciones pasadas por mascarilla con la idea de desconectar ... de la traumática situación provocada por la pandemia. ¿Quién lo iba a imaginar, encerrados en casa salvo para comprar lo básico y en el mejor de los casos para ir a trabajar, mientras jugábamos una partida frente a un virus que nos machacó con miles de muertos, sin la certeza de saber qué hacer exactamente? Los fines de temporada previos al verano suelen ser duros y agotadores, si acaso, éste especialmente mucho más.
De la carga y el desgaste emocional pueden dar buena cuenta los profesionales de la psicología o psiquiatría, entre otros. No dan abasto, no hay citas, no hay horas, no hay cordura. Tal vez sea porque vivimos en la comunidad donde la incidencia por contagios es la más baja de toda España o porque empezamos a tener fe en que la luz que se ve a lo lejos, pueda ser la del final del túnel. Por fin los medios machacamos a modo «martillo pilón», que las vacunas dan resultados: no enferman en las residencias, caen los contagios en picado y la posibilidad de que nos quiten el bozal en la calle empieza a tomar forma.
¿Se imagina? Pasear sin mascarilla, ese pequeño e impensable placer pre-pandémico. Compartir unas cañas con los amigos, celebrar un cumpleaños, una comunión, asistir a un concierto de música, poder salir de tu Comunidad, lo que antes eran cosas tan básicas, hemos aprendido a valorarlas como planes de auténtico lujo. Se respira esperanza a través de las personas que se han inoculado la vacuna y que transmiten sensación de tranquilidad y seguridad. Incluso lo hacen hasta con un puntito de placer, como queriendo decir que, ahora sí. Hay veces que la confianza te lleva a acariciar suavemente el brazo de la otra persona, en lugar de chocar fríamente los antebrazos. Queremos tocarnos, abrazarnos, salir, compartir, sonreír sin mascarilla y querer pensar que todo ha sido una mala pesadilla y que llega a su fin.
No olvidaremos ayudar a los quedaron en el camino sin su puesto de trabajo y a los que perdieron a algún familiar cercano. Porque el coste de la pandemia es alto y no será fácil pagar la hipoteca del agujero en el que nos han metido. No parece que sea un espejismo, es la luz que se vislumbra allá a lo lejos, aunque solo sea porque vivimos en la tierra de Sorolla, el mago de la luz, parece que llegamos al final del túnel.
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