16 finales en 23 años
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DESDE EL MIRADOR ·
A pesar de la sangría de Meriton (van a ser tres años en Europa de nueve) la grandeza del Valencia se volvió a demostrar en SevillaMi cabeza no para de dar vueltas y mi corazón sigue en Sevilla. Pasan los días pero las emociones no menguan. Debe ser el luto ... por las derrotas así que no recordaba desde Milán; la última gran final perdida por el Valencia. Porque la final de Copa del Rey es uno de los grandes momentos que uno puede vivir. Efectivamente, es el partido del año en España. Del partido ya está todo escrito; solo decir que el Valencia fue el que esperábamos y que será una final difícil de olvidar por su electricidad, tensión, intercambio de golpes y fútbol. Ganar o perder depende de los detalles. El 2019 se ganó el titulo y el sábado tocó caer; es fútbol.
Me quedo con lo que no pasó sobre el verde. No voy a olvidar mi paso por la fan zone valencianista en las horas previas a la final. Cientos de personas diciéndome 'esto es la final. Lo otro es el partido' o 'he venido sin entrada pero no me importa. Estoy aquí para empujarles lo que pueda'. Testimonios emocionantes del verdadero dueño del club; su afición.
Porque una cosa es ser dueño de unas acciones y otra, propietario del sentimiento. En el futuro llegará -ojalá más pronto que tarde- un nuevo dueño de la SA y los propietarios del club seguirán siendo sus aficionados. Esos que trasladan el sentimiento de padres a hijos y no las acciones de notaria en notaria. La versión futbolera de 'eres tan pobre que solo tienes dinero'.
Lo que pasó al terminar la final será inolvidable; José Luis Gayà desconsolado acercándose al fondo valencianista a llorar con ellos. Tras el gran capitán, Carlos Soler, Gabriel Paulista y el resto de los jugadores. Todos aplaudiendo. Todos llorando. Pero, mientras unos pedían simbólicamente perdón por no haber podido ganar, los otros 20.000, en pie, contestaban 'no os preocupéis. Seguiremos aquí para levantarnos juntos'. Me cuesta describir con palabras una escena tan impresionante pero no me cuesta nada entenderla; eso es ser del Valencia.
El que se hace de este club ya sabe que va a perder más veces de las que va a ganar. Muchas más veces. Pero no por ello busca un segundo equipo -tan típico en este país- para poder degustar las mieles del triunfo de los que ganan casi siempre. El que es del Valencia no es de nadie más; en su amor eterno y fiel está su condena. Pero no se conforma con llevar el peso de la cadena; lucha contra los más grandes con la eterna aspiración de estar con ellos. De competirles, de alcanzarles y, algunas veces, superarles.
Ser del Valencia no es solo ganar o perder. Ser del Valencia es estar. Y eso va mucho más allá de los resultados deportivos. Esa es la enorme grandeza de este club que acaba reflejándose en las vitrinas. Y es lo que ha posibilitado que, con menos recursos económicos, mayor debilidad institucional, sin regalos arbitrales ni el dinero de la televisión regalado de más a los dos grandes, el club del murciélago lleve 16 finales en los 23 años que yo llevo narrando partidos del Valencia en la radio. ¿Lo habían contado? 16 finales desde 1999. ¿Les parece o no suficientemente grande? No es casualidad que el club haya ganado títulos en todas las décadas de su historia. Es territorio para los privilegiados. Con el mismo espíritu ganador de Epi, Amadeo, Mundo, Asensi, Gorostiza, Guillot, Claramunt, Puchades, Kempes, Fernando, Camarasa, Albelda, Baraja, Villa, Cañizares, Ayala, Aimar... y Gayà. José Luis Gayà; futuro emblema de la fachada de Mestalla. 'Volveremos', dijo el sábado entre lágrimas de gran dolor. Qué bien entiende el Valencia el mejor capitán que puede tener el valencianismo.
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