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El flautista de la Moncloa

ROSEBUD ·

Antonio Badillo

Valencia

Martes, 13 de septiembre 2022, 00:02

Las hipotecas comparten nomenclatura con la política -volátiles intereses, tipos peligrosos- y los salarios huelen a gasolina. Las ministras riñen por el precio de la leche. Al Gobierno hay que arrancarle las bajadas de impuestos con aguarrás mientras los diputados encargan un iPhone 13 Pro ... a este otoño de hogares fríos y agujeros en los bolsillos. Bruselas nos impone apagar la luz en las horas punta, aunque no necesitaba pedirlo. La responsable de Justicia dice que en el autobús y el metro, en las calles y las tiendas, se comenta el bloqueo del CGPJ y la actitud del PP, por más que yo este domingo en la playa -será que me rodeo de gente rara- apenas oí hablar de inciertas pensiones y viajes pospuestos, discursos sombríos sólo sazonados por los presagios de proeza de Alcaraz. Un comercio de mi barrio ha pasado de racionar el hielo a vender leña, apilada con mimo junto a la máquina de los helados, y una gran cadena ya oferta 'packs' de supervivencia a precios de posguerra. No sé tú, padre, pero para mí ese es el termómetro; cuando de verdad empezó a asustarme el Covid fue al escuchar por la megafonía del supermercado que no hiciera acopio de alimentos. Florecen las colas del hambre, se intuye por los confines del calendario una Navidad a dos velas y mi vecina, ahíta de melodramas y miedo, pronostica en el rellano que acabaremos matándonos unos a otros por un mendrugo. En este momento histórico de debilidad emocional, zarandeados por dos crisis y una pandemia, por una guerra y un volcán, cuando la primavera inunda y el verano quema, ahora que hasta una reina nos recuerda que ni siquiera lo eterno es inmortal, tengo que pedirte un favor, padre. Cuéntame otra vez la fábula del hombre de la flauta, háblame de su poder secreto para lograr que le siguieran todas las criaturas. Primero arrastró a las ratas. Cuando los hombres le traicionaron se llevó a sus hijos, abducidos por los ladinos acordes de su melodía. Y habría vaciado Hamelín entero de necesitarlo. Recuérdame aquella historia, padre, porque creo que el flautista ha vuelto. Alto y muy delgado, tal como lo describió Robert Browning, y esta vez no le hacen falta ni las profundas aguas del Weser ni las siniestras colinas de Koppelberg para imponer su ley. Dicen de su flauta que anda más lejos de la mágica de Mozart que de la de Bartolo, pero maneja los embrujos con maestría. Lo hizo en la investidura tras fabricarse unas muletas con la madera que él mismo había rechazado por innoble, y del ébano brotaron palabras inaudibles que nos convencieron de que aquello era normal. Repitió con los indultos, él, su flauta y todos desfilando detrás. Ahora vuelve a hacerla sonar al reprochársele en el Congreso que esto se pone feo. Cuando la oí el mundo se convirtió en una enorme despensa, contó la única rata superviviente de Hamelín. Nos conducía a una tierra de gozo, dijo el niño que se salvó. No escuchéis a ese chamán que juega con vuestro miedo, susurra ahora la flauta, todo buenas palabras, como si la deliciosa armonía de Mike Oldfield pudiera evitar que 'El exorcista' sea una película de terror. Los augures demoscópicos vaticinan que caerá, que no tiene ni idea de solfeo, pero cuentan de él, padre, que un día regresó de entre los muertos, y ya se sabe que sólo se muere una vez.

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