Frecuency es una película del año 2000 en la que un hijo logra contactar por radio con su padre fallecido hace 30 años la víspera ... de su muerte. Hay otros ejemplos cinematográficos en los que los protagonistas coinciden en el espacio pero no en el tiempo y el presente modifica la historia del pasado lo que de por sí cambia también el presente. La realidad nos dice que esto no es posible, pero no quita la sensación de que esta semana el plurilingüismo de hoy haya contactado con el trilingüismo de 2011. En Frecuency, gracias a esta comunicación intertemporal se logra pillar a un asesino. Nada tan grave ahora. Si lo lográramos, quizás hubiéramos conseguido uno de esos consensos imposibles: sobre el modelo lingüístico valenciano.
Esta semana conocimos nuevas sentencias sobre el plurilingüismo, esta vez sobre varios proyectos de centro. Las sentencias, unas a favor y otras en contra, dejan dos criterios comunes. El primero, que, como toda libertad educativa, la elección de lengua vehicular por parte de las familias no es absoluta, ni se prioriza sobre la obligatoriedad escolar de las dos lenguas valencianas. La segunda, la presencia equilibrada del castellano y valenciano, que incluye que ambas se utilicen en las asignaturas troncales.
La evolución del modelo plurilingüe de los gobiernos del Botánico ha sido notable. El rasgo principal ha sido la eliminación de las líneas por un modelo único para cada centro. La propuesta inicial fue el decreto de plurilingüismo, tumbado por los tribunales, que inexplicablemente creaba estudiantes de primera y de segunda con el inglés de distintivo reservado para quien cursara en valenciano. Para salir de esta mano con malos naipes, la Conselleria rompió la baraja sustituyendo el decreto por la actual ley que deja a cada consejo escolar la distribución de las lenguas, con un mínimo del 25% para las cooficiales -aunque con la aspiración de que el valenciano alcance el 50%- y el 15% para la lengua extranjera. Estas nuevas sentencias puntualizan la aplicación de la ley en aquellos proyectos que arrinconan el castellano en asignaturas no troncales.
Por tanto, el modelo que se queda entre lo que dice la ley y lo que acotan los tribunales es un modelo de línea única con una distribución flexible de asignaturas vehiculares a juicio de los centros y según su entorno sociolingüístico en el que una de las lenguas, valenciano o castellano, puede tener menos presencia pero no menos importancia.
Al releer esto oigo crepitar la emisora del pasado. El PP acababa de revalidar la victoria autonómica y Alejandro Font de Mora, dos legislaturas como conseller de Educación, esperaba sucesor. Final de curso de 2011, Font de Mora anunciaba un borrador de decreto que instauraba una sola línea en la que la presencia tanto del valenciano como del castellano sería como mínimo de un tercio y la del inglés no podría superar el tercio. Aquel anuncio provocó la protesta en la calle de los defensores de la inmersión -pues eliminaba las líneas en valenciano-. Tenía algo de boutade lo que permitió a los sucesores vestir talante, palabra de moda entonces, e introducir cambios que acercaran posturas y redujeran protestas, y terminó sustituido por el modelo de dos líneas que no llegó a aplicarse por entero al producirse el cambio de gobierno.
Entre aquello y hoy ha pasado más de una década y, como en Frecuency, en un mismo espacio en distintos tiempos han llegado a defender modelos equivalentes el PP, el PSOE, Compromís y, por lo que entremedias decían en su programa, Ciudadanos. En el aire, por tanto, queda la pregunta de si tanto entonces como ahora sería posible el consenso si los partidos se elevaran sobre estrategias y aliados sectoriales. Qué ingenuo creer que ahora alguien dirá que Font de Mora tenía razón.
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