Formas de defender las librerías
BELVEDERE ·
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Tanto criticar los grandes eventos por cortoplacistas, pan para hoy y hambre para mañana, tanto meterse con el turismo, que si todos acabaremos de camareros sirviendo cerveza y tinto de verano a los jubilados noruegos, tanto arremeter contra la construcción, que si vamos a alicatar hasta el techo toda la costa y parte del interior, para que al final de la película, cuando aguardábamos expectantes a que se descubriera la cortinilla que tapaba el gran secreto con el nuevo modelo económico que éste sí que sí no sólo nos iba a sacar de pobres sino que nos homologaría con nuestros socios europeos más avanzados, resulta que todo lo que había en el interior, el becerro no de oro sino de hojalata al que íbamos a adorar, se llamara almacén de Amazon en la Comunitat Valenciana. Acabáramos. ¿Y para eso tanta filosofía barata? Viendo los problemas laborales que están surgiendo en algunas de sus plantas, no creo que sea más halagüeño el futuro de nuestros hijos trabajando en una de ellas que tras la barra de un bar. Pero es que encima son tan poco oportunos que el entusiasmo de los de aquí -de los botánicos hablo, claro- ha venido a coincidir en el tiempo con el aviso que la Comisión Europea acaba de mandar al gigante norteamericano al que acusa de violar las reglas de la competencia al usar en su beneficio los datos de las empresas que venden a través de su plataforma. Y con la declaración de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, en favor de las librerías tradicionales: «Realmente les digo esto a los parisinos: no compren en Amazon porque es la muerte de nuestras librerías». Y no me querrán decir que Hidalgo no es una de las suyas, que más partidaria de la bicicleta no puede ser. Pero es lo de siempre, la doble vara de medir, dura e inflexible con unos, blandita y amable con la multinacional de Jeff Bezos. Y es que hay maneras y maneras de defender a un sector amenazado, en este caso el de las librerías. En unos momentos en que estos negocios están cerrados -dentro de la orden general de semiconfinamiento- porque el Gobierno galo no los considera «esenciales», la alcaldesa de la capital francesa le planta cara a todo un gigante. Aquí, aparte de alcaldes, consellers y hasta una vicepresidenta pegándose codazos por ver quién le pone la alfombra roja, tenemos a un Joan Ribó al que la mejor idea que se le ocurre es autorizar una feria del libro (del libro en catalán, por supuesto) en la que participa la Generalitat de aquí y la de allí, ya me entienden, la que le paga a Acció Cultural su sede de 'El siglo'. Como si con eso fuera a arreglar algo, como si ahí se vendieran libros cuando todos sabemos que eso no es un nicho de negocio sino un minichiringuito.
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