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Así ha quedado el bingo de Valencia arrasado por el incendio

S i la gente necesita vivir las cosas para comprobar lo malas que son, es lo que hay», lamentaba hace días una persona de mi entorno más cercano, inusitadamente resignada, con la sabiduría que dan las canas y la convicción de que poco se puede hacer cuando el discurso populista cala entre quienes aseguran estar hartos de la situación actual. Del llamado sistema, de los políticos incapaces de alcanzar un acuerdo aunque esté en juego el futuro del país o de resolver los problemas de esa España que madruga cuya representación se arroga Vox.

'A por ellos', coreaban sus simpatizantes, eufóricos, mientras media España se echaba las manos a la cabeza por los 3.640.063 votos cosechados por quien pretende suprimir las autonomías, ilegalizar partidos, deportar inmigrantes, derogar las leyes de violencia de género y de memoria histórica, dejar fuera de la sanidad pública los abortos e intervenciones de cambio de género, convertir las lenguas cooficiales en opcionales... Así lo recoge su programa electoral, esas '100 medidas para la España Viva' que me gustaría saber cuántos de esos votantes han leído y que sitúan, en primer lugar, la «suspensión de la autonomía catalana hasta la derrota sin paliativos del golpismo y la depuración de responsabilidades civiles y penales».

Negro panorama en este frío otoño en el que, lacrimógena despedida de Albert Rivera aparte, nadie hace autocrítica. «Ni mejores ni peores, estamos en muy distintas circunstancias», aseguró José Luis Ábalos, secretario de Organización del PSOE, en su comparecencia para analizar los resultados electorales de la víspera, que dibujan un variopinto arcoiris en el que faltan colores para tanto partido y casi nadie obtuvo lo que esperaba. Las erráticas estratégicas de unos y otros forman parte ya de la historia, falta ver lo caras que le saldrán al país.

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