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En la reciente entrevista de Carlos Herrera con el Papa, difundida en su programa matinal de la Cope, el Pontífice pone especial énfasis en señalar ... el «funcionalismo» como una «enfermedad de los organigramas».
Francisco se refería en un principio a las correcciones sobre deficiencias de comunicación en órganos de información del Vaticano, como 'L'Osservatore Romano', al que llama socarronamente «el diario del partido», pero extendió su admonición a otros órdenes de la vida para advertir contra «el culto al organigrama».
En sus respuestas a Herrera, el Papa insiste en una idea que ya ha expresado en ocasiones anteriores y que esta vez, al poder escuchar en amplitud su desarrollo, no sólo con la limitación de algún párrafo más o menos destacado, o más o menos difuminado, se aprecia con mayor amplitud. Diferencia entre funcionalidad y funcionalismo. La funcionalidad es la propiedad de lo funcional, algo necesario para que las cosas «funcionen bien», sostiene Bergoglio, para señalar enseguida que hay que tener cuidado, porque si no se actúa bien, con responsabilidad, de ahí se está a un paso de lo indebido: «Caer en el funcionalismo, prescindiendo de la realidad».
De dicha entrevista, como es lógico, han trascendido a los titulares aquellas frases y opiniones que, por su actualidad, resultan más mediáticas: Afganistán, la labor de la diplomacia vaticana en favor de los refugiados, su persistencia en no venir a España (igual visita Santiago este año, pero nada más), el conflicto independentista catalán, los escándalos de pederastia relacionados con la Iglesia... Sin embargo nos pareció muy destacable la profundidad del pensamiento del Papa al advertir contra el vicio del funcionalismo y «el culto a los organigramas».
Aunque no lo dijo expresamente, puede verse un paralelismo con las lacras derivadas de la imparable burocratización de todo tipo de sistemas, especialmente en lo que concierne a la función pública, donde tan fácil es salirse de lo funcional para derrapar en el funcionalismo que señala el Papa. Lo vemos y sufrimos cada día, en multitud de ámbitos. Los procedimientos para resolver cualquier cosa ante la Administración se multiplican y enrevesan. Las complejidades crecen sin parar, y eso lo saben muy bien quienes tienen la experiencia de acudir a algo y comparan con años atrás en situaciones similares: más papeles, más exigencias, más dificultades, más tecnoestructura entrelazada que lo pone más difícil. Y ahora, encima, con el añadido de la digitalización obligada y el parapeto de la cita previa para todo, aunque no haya nadie en la sala de espera. El funcionalismo se ha impuesto, y no solo en ámbitos vaticanos.
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