Metidos como andamos en catalogar ultraizquierdistas y ultraderechistas, o en el rancio debate de si el nuevo Gobierno de Italia tiene tufos de fascismo, o ... sea, si a la señora Meloni se le ven o no aires que recuerden a Mussolini, se nos queda en el estante de pillerías más o menos previstas la última compra gigamillonaria de Elon Musk, a quien, por liderar la lista de los más ricos del mundo, se tiende a reírle las gracias.
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Ha dicho este señor que se gasta 44.000 millones de dólares en comprar Twitter «por el futuro de la civilización», que no lo hace por ganar más dinero, sino por ayudarnos, porque «amo a la humanidad». Qué susto, ¿no? Sin consultarnos para nada, que a lo mejor ni siquiera estamos interesados en que venga a salvarnos, y desde luego no de cualquier forma. O mejor aún, prefiriríamos que no se interesara por ello; que se deje de extravagancias, que ya somos mayorcitos.
Si miramos a lo largo de la Historia, ¿cuántos salvadores se presentaron ante los prójimos con tal intención y luego pasó lo que pasó? Eran salvapatrias y prometían mejorarlo todo, a costa de lo que fuera. No vamos a citar a nadie, que cada cual piense en quien quiera. Salvadores que llegaron a la cumbre por las armas, herencias de tronos, victorias en disputas dinásticas, maniobras políticas, revoluciones... El nuevo estilo es alcanzar las cúspides más altas a base de pasta gansa. La realidad supera a la ficción. Lo vimos en peliculas y series y parecían exageraciones. Poderosos muy potentes que una vez que estaban más que rebozados de oro se planteaban para qué querían tanto, si al final todo se resume en lo mismo: más de lo de siempre y un aburrimiento sideral. Que cunda la diversión, viene a ser la tónica dominante del magnate de turno, y a renglón seguido llega a cuento dedicar algún pico de tesorería a adquirir otro tipo de poder. Porque poder ya pueden. Pueden comprar lo que quieran, maniobrar para tener más, llegar más lejos, incluido el espacio exterior... pero después ¿qué? Tras el día, la noche; la salud se quiebra un día; después del verano llegará el invierno, pero con la climatización no se nota frío ni calor, el cuerpo envejece sin darse cuenta y de repente cunde el tedio. Para qué tanto dinero, para qué ser el más rico, para qué dominar con satélites las comunciaciones en la guerra de Ucrania. ¿Nos metemos de lleno en redes sociales? ¿Y para qué? Ya está: para salvar la civilización, «para evitar la polarización de la opinión pública entre la extrema derecha y la extrema izquierda, algo en lo que también han caído los medios tradicionales». Uff, qué miedo. Compremos, pues, Twitter. Twitter y un lavabo. Igual lo podría haber rotulado como 'Rosebud'.
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