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El Crucero de los Planetas Unidos C-57-D es enviado al planeta Altair IV para conocer el destino de una expedición perdida hace 20 años. Estamos en el siglo XXIII, La nave toma tierra en este punto en el espacio y el comandante John J. Adams logra contactar con quienes parecen ser los únicos supervivientes: el Dr. Edward Morbius y su hija Altaira.
El equipo de rescate hace caso omiso de las advertencias del Dr. Morbius sobre la necesidad de que se mantengan alejados de la colonia por una serie de fenómenos extraños que, además, son los responsables del trágico final del resto de expedicionarios.
El comandante Adams sospecha. La tecnología con la que cuentan el doctor y su hija es mucho más avanzada que la que ellos traen de la tierra. El doctor les asegura que la encontraron allí y son los restos de una extinta civilización denominada los krell.
Nada se sabe de los motivos de la extinción de aquel pueblo hace varios milenios, pero sus avances habrían servido al doctor para generar un mundo singular y la pieza más sorprendente: Robby, un imponente robot articulado cuya cabeza es una compleja estructura de comandos, engranajes y chispeantes bujías.
El comandante Adams sospecha más... cuando descubre que el Dr. Morbius no es científico sino filólogo y el inquietante androide tiene muy clara su obligación de defender a sus amos de cualquier cosa que pueda perturbar su paz.
'El planeta prohibido' (Forbidden Planet, 1956) es una de las primeras superproducciones espaciales, contó con un éxito arrasador y puede lucir la condición de clásico, a pesar de todos los prejuicios que existen sobre las ficciones «de género», ya sean en literatura o cine.
En todo caso, confirma que las chispas son un clásico de nuestra visión del futuro. Las hay en el inquietante Robby, en las armas de Flash Gordon, en el cruce de sables láser de 'La guerra de las galaxias', en el cableado callejero de 'Blade Runner' y ahora promete dominar el mundo del motor con los coches eléctricos.
Como el futuro ya no es lo que era y cada vez está más cerca, esta semana Ford anunciaba que la planta de Almussafes montará baterías para vehículos eléctricos, en un principio para híbridos convencionales y enchufables. Como el inquietante Robby, la decisión venía acompañada de una sombra siniestra.
Esta es la primera zancada en una carrera que las empresas dedicadas a proveer elementos que tienen que ver con el motor, los tubos de escape o insonorizaciones entienden como un billete sin retorno. Además, la complejidad de los vehículos electrificados es muy inferior a los de combustión y entre trabajadores directos e indirectos se teme un recorte de 7.000 empleos en la Comunitat. Un corrientazo inevitable se nos viene encima.
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