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Un futuro imperfecto

Un futuro imperfecto

El autor analiza la evolución de las ingenierías desde los tiempos gloriosos de mediados del XX hasta ahora, en que muchos jóvenes huyen de esta opción

EDUARDO ECHEVERRIA GARCIA

Lunes, 9 de marzo 2020, 07:33

Cuentan las crónicas que a mediados del siglo pasado la profesión de ingeniero de caminos fue la más prestigiosa de España. La dificultad de acceso a estos estudios unida a la necesidad de acometer obras públicas en un país que había sufrido una cruenta guerra civil convirtió esta profesión en una señal de prestigio para el que la ejercía. Los ingenieros en activo en aquellos años fueron protagonistas de un país donde estaba casi todo por hacer y donde se hizo mucho de lo que hoy disfrutamos.

Sin embargo incluso en aquellas épocas los ingenieros no sabíamos vender bien nuestro trabajo. Quizá esto venía del hecho cierto de que la herencia asociada a cursar tan complicados estudios dotaba de un carácter ensimismado a nuestros antecesores, más preocupados de resolver las ecuaciones de compatibilidad de una presa bóveda (¡entonces se calculaban a mano!) que de poner de manifiesto la magnificencia de una estructura que iba a dar agua para beber las personas y regar los campos, y a producir electricidad que llegaría a aquellos hogares del desarrollismo que funcionaban a 125 V y tenían cuatro o cinco niños en la mayoría de los casos.

La situación de nuestra profesión siguió siendo en general buena para nuestro colectivo hasta llegar a la tormenta perfecta que nos deparó la crisis de 2008. Desde entonces muchos compañeros han emigrado fuera de nuestras fronteras y ejercen la profesión en empresas de todo tipo. Han sido tremendamente valorados por su valía, pero en muchos casos han trabajado en precarias condiciones económicas sufriendo importantes problemas familiares derivados de una expatriación no voluntaria y mal remunerada. Otra de las consecuencias de esta crisis ha sido el paro, una circunstancia casi nunca vista en nuestro colectivo salvo casos muy particulares, que ha producido efectos dramáticos sobre todo en los compañeros mayores de cuarenta y cinco años.

La última derivada de esta espiral negativa ha llegado a las escuelas de Ingeniería, y aquí ya no me refiero a la ingeniería de caminos en particular, sino a todos los estudios técnicos en general. Los jóvenes ya no eligen carreras técnicas porque, en palabras literales de un estudio recientemente publicado «no compensa el esfuerzo».

Lo que no debiera de concluir usted, amigo lector, es que este problema es un problema de los ingenieros que, en definitiva, "piden más dinero para sus obras". El problema es de la sociedad en su conjunto ya que, de seguir la actual deriva, careceremos de profesionales competentes cuando los necesitemos. El poco impacto en el público general de los trabajos de mantenimiento de obras públicas, un ecologismo mal entendido potenciado en algún caso desde los poderes públicos y la pérdida de valores como la cultura del esfuerzo pueden ocasionar que, en un momento dado, se rompa una tubería y no tengamos agua, se derrumbe un puente y estemos incomunicados, que un socavón en esa magnífica autopista que inauguramos en 2004 y mantuvimos paupérrimamente nos obligue a volver a la desvencijada carretera nacional durante meses porque no se habilitaron partidas adecuadas para su mantenimiento.

Los días 17 y 18 de febrero tuvo lugar en Madrid el VIII Congreso Nacional de Ingeniería Civil. Bajo el lema 'El liderazgo de los Ingenieros de Caminos' se debatió, entre otros temas, sobre el vehículo autónomo, el cambio o la economía circular. En el fondo de estos asuntos subyace el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la necesidad de contar con el trabajo de los ingenieros para llevarlos a cabo. Porque no nos engañemos: es cuanto menos dudoso que sin la contribución de la ingeniería continuemos manteniendo los altos estándares de vida de nuestro país para nosotros y los ochenta millones de turistas que nos visitan anualmente.

Es por esto por lo que es necesario generar un estado de opinión en la sociedad que trascienda a los eslóganes vacuos que la clase política maneja con desparpajo y defina unas líneas de trabajo sólidas y realistas que incluyan el estímulo al estudio de la ingeniería a las nuevas generaciones y la puesta en valor de nuestros ingenieros e ingenieras.

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