
Galapagar, 'winter is coming'
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El PSPV ve cómo el derrumbamiento de Podemos desequilibra el mapa político hacia la derechaEn Galapagar los veranos duran poco. Allí, con la sierra, el Escorial, Navacerrada y el Valle de los Caídos como lindes y paisaje, los inviernos son largos, muy fríos y nublados. Muchos días bajo cero. En Galapagar todos los años se preparan a conciencia para recibir las bajas temperaturas, con un protocolo que alcanza a un centenar de trabajadores municipales, cincuenta vehículos y muchas toneladas de sal. En Galapagar es donde Pablo Iglesias compró su castillo a lo Juego de Tronos, un chalé o casoplón con una parcela de casi 2.500 metros cuadrados, lo que conlleva no poco servicio doméstico y una pareja de la Guardia Civil vigilando la puerta amurallada sin ni siquiera una caseta para calentarse los pies. Iglesias pasó en cinco años de vivir de precario en un piso prestado de Vallecas y con mil euros de profesor universitario a permitirse una vivienda que con su edad sólo es alcanzable para un alto ejecutivo financiero y poco más. Galapagar es pues un escenario adecuado para esa serie televisiva llamada Podemos, en cuya última o penúltima temporada vemos cómo la organización se desangra y descompone en un puro caos acelerado: fracaso andaluz, Echenique condenado, Errejón se venga, Espinar huye. Y Pablo Iglesias encerrado en su castillo, con la baja de paternidad y la hipoteca de la Caja de Ingenieros, murmurando eso de «winter is coming».
Esa pandilla de 'niños bien' universitarios que fundó Podemos no sabe cómo es la realidad. Estudiaron sin que tuvieran necesidades por cubrir, dentro de familias acomodadas, lo que les permitió viajar, estudiar idiomas, tener para sus gastos y quedarse a la sopa boba de la facultad como profesores asociados apenas retribuidos y con mucho tiempo libre para leer, enrrollarse y ver cine. Poco trabajo y una adolescencia interminable. Hicieron méritos a fuerza de paciencia. No precisaron salir corriendo a toparse con la realidad del mercado laboral, para obtener un sueldo con el que mantenerse. Detrás estaba la cobertura familiar. El obrerismo del que tanto alardean no lo han vivido. Y pasaron los años, metieron un pie dentro del sistema universitario, sólo uno pero suficiente para traerlos y llevarlos de aquí para allá, de Venezuela a la Meca, y de pronto estalló el 15M. El resto es conocido. Esta pandilla ya talludita pero vitalmente adolescente, y sin conexiones auténticas con la realidad, timoneó con acierto la ola del malestar social alumbrada en la Puerta del Sol. Se lo montaron como si fuera una serie televisiva y nos aburrieron con la épica de la cansina Juego de Tronos, donde tras la sorpresa de los capítulos iniciales no hay más que primeriza literatura juvenil. Pero ellos lo llevan tan dentro que la propia trama de Podemos está construida con esos patrones narrativos: la amistad inicial, el juego de lealtades, las tentaciones, el sexo, el lujo oculto, mentiras e imposturas, la borrachera de poder, traiciones, venganzas, ajusticiamientos... todos todos los instintos están en Juego de Tronos, y si repasamos todo todo eso lo han llevado a Podemos, con no poca obscenidad. En definitiva, la pandilla de fundadores podemitas está atrapada: la política física que conocen viene del aprendizaje de una ficción de corte juvenil. Y así se ven ellos, pendientes de nuevos golpes de efecto para sostener la tensión del guion. Pero, más que una producción de HBO o Netflix, lo de esta 'pandi' es mucho más prosaico y cheli, una estricta historia zarzuelera o de corral de la pacheca, con poses, bravuconadas, ilusiones y celos; con mucho de viejuno y tipismo madrileño dentro.
Ahora, la irrealidad de Podemos produce unos efectos ciertos y específicos sobre los demás partidos. En primer lugar y en especial sobre Compromís, en el territorio valenciano. En concreto, el coladero de Podemos está salvando electoralmente a Compromís; lo que la coalición de Mónica Oltra pierde por su derecha lo compensa por su izquierda a fuerza de aliviar votos en el caladero de Pablo Iglesias. Nadie en el frente nacionalista cree ya conveniente repetir lista con los podemitas locales, a costa eso sí de renunciar a superar en votos al PSPV, lo que supone decir adiós al sueño de Oltra de convertirse en presidenta de la Generalitat. El desgaste de Compromís, aunque pueda ocultarlo en las urnas gracias a los expodemitas, está ahí. Primero vinieron las medidas ideológico-sectarias, sobradamente explicadas. Luego, las presuntas corruptelas (que no corrupciones, eso es cierto), a fuerza de dar contratos menores a los amigos o viajar donde no toca. Y ahora además se les está rebelando el patio propio, el de funcionarios, discapacitados, inmigrantes y colectivos solidarios. Resulta sorprendente que el Ayuntamiento del Aquarius, del 'bienvenidos refugiados', no sea capaz de atender a los indigentes e inmigrantes que están bajo su responsabilidad ante la ola de frío. Compromís tiene que afrontar un proceso de primarias para el que se prevén codazos, y a Ribó se le ha descubierto ya el truco de la participación, por el que hacía colar sus particulares medidas de tráfico como supuestas demandas vecinales.
Hay más efectos. El PSPV ve cómo el derrumbamiento de Podemos mientras irrumpe Vox desequilibra el mapa político hacia la derecha. Puig que daba por hecho un horizonte tranquilo con una segunda legislatura asegurada, sabe que ahora está en juego. Y peor aún, la agenda autonómica es muy poco relevante, carece de fuerza en estos momentos en el debate público, como se vio en las elecciones andaluzas. La gente piensa ahora en clave nacional, con la crisis catalana en primera línea. Los ciudadanos, en todas las autonomías y con toda lógica, priorizan ahora su sentido de pertenencia a la España constitucional, que es lo que se nos está poniendo en cuestión.
Y aparte de la pugna entre los dos grandes bloques izquierda/derecha, hay otras dos batallas muy relevantes. Una entre Ribó y Sandra Gómez, otra entre Català y Fernando Giner, por quedar primeros dentro de cada espectro ideológico. Curioso es que cualquiera de los cuatro pueda salir alcalde, con parecidas posibilidades de partida. Resulta claro que Puig y Oltra fueron más astutos que el dúo Ribó-Gómez. La Generalitat frenó a tiempo los planes educativos del independentista Marzà para no desgastarse electoralmente, el Ayuntamiento en cambio siguió adelante con los proyectos de tráfico de Grezzi y ahora parece ser demasiado tarde. Un último apunte sobre Fernando Giner: más le vale espabilarse y mucho, María José Català ha entrado con fuerza. Giner lo tenía todo a favor para ser el siguiente alcalde y su ventaja hoy debería ser mayor de la que es; si no queda por delante del PP en mayo su partido no lo respetará después. Y para ser respetado ahora, debiera empezar por no tolerar que a estas alturas Albert Rivera dé un mitin en la ciudad de Valencia y a él lo deje sentado entre el público, para aplaudir. Porque eso es muy raro.
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