Dos tazas, dos mandatos de Ribó en la ciudad. Para los que no queríamos, ni querremos, el caldo de Compromís, un caldo nacionalista por mucho que lo rebajen con el agua azucarada de las presuntas políticas sociales y las fiestas, verbenas y saraos gratis total diseminados por barrios y barriadas. Dicen que ahí está una de las claves del éxito. Lo de siempre; pan y circo. Dicen que una de las razones por las que Fuset todavía se ve como favorito para la sucesión de Ribó si como también dicen dentro del Bloc (in-te-re-sa-da-men-te) el alcalde opta por dejar la poltrona a finales de 2020. Ya pueden esperar sentados; que conste por escrito: no parece creíble, a no ser que se diera alguna razón de fuerza mayor. Ni lo uno ni lo otro resulta probable. A Fuset le siguen cayendo pedradas judiciales, a más fiestas y saraos organizados por su mano, más pedradas de jueces y fiscales. Y Ribó, ahora, con más confianza y razones que nunca, va a llevar las cosas a su manera. Calma en los horarios laborales del primer munícipe, marcha alegre a la italiana con los carriles bici y abstinencia total respecto a las tradiciones y señas identitarias más arraigadas, a cambio de saraos verbeneros que igual valen en Huelva que en Valencia. Y eso sí, la patita nacionalista tapada y atada.
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Se ha cumplido la profecía autocumplida de las encuestas, en las que Ribó nunca bajó de los nueve concejales. Bien; el segundo pilar de su éxito es una casa enorme y algo hortera por sus hirientes acabados rústicoprogres que geográficamente no está muy lejos de esa tumba de Franco pendiente de exhumación. La dacha de Galapagar acabó con la credibilidad de Pablo Iglesias, transformado en un burguesito con afán de vivir y endeudarse por encima de sus posibilidades (presuntamente). La traición de Iglesias a la iconografía vallecana ha desfondado a Podemos en toda España y a Ribó le ha regalado un concejal de más y un montón de votos a la izquierda de la izquierda, que han compensado las fugas por el otro extremo. Lo que Compromís ha perdido en favor del PSPV lo ha compensado sobradamente con lo que le ha venido procedente de Podemos.
Toca reconocer el triunfo riboniano, aunque para muchos suponga un triunfo extraño. Por encima de los partidos y las ideologías, están siempre los principios, el juego indiscutible y superior de la democracia, la soberanía de las urnas. Paradójicamente, Compromís ha perdido casi cincuenta mil votos en la Comunitat, pero en la ciudad de Valencia ha ganado más de nueve mil. Lo que viene a suponer que Compromís se ha convertido en un partido local, una fuerza específica constreñida a la capital autonómica. Nada menos. El 27% de los votos es la mitad de lo que llegó a tener Rita Barberá, pero es un apoyo sólido y descomunal. Compromís en Valencia ha conseguido convertirse en la marca única de las izquierdas múltiples y más militante con una base social amplia, joven y diversa, que perdudará largo tiempo. La otra cara de la moneda, es que todo lo que hoy no es proribó, el 73% de votos restante, es acentuadamente antiribó.
Vayamos con los perdedores. En primer lugar Sandra Gómez, la adversaria de la propia orilla. Se ha quedado por detrás de los resultados del partido. La opción de Sandra Gómez como mal menor no ha fructificado. El PSPV ha funcionado esta legislatura como la muletilla de Ribó y en muletilla se queda. Ahora ha reaccionado con la pataleta de negarse a un primer encuentro con su socio mayoritario porque el alcalde ha dado preferencia de turno al PP. El berrinche podría tener sentido si se llevara a término hasta las últimas consecuencias. Pero negarse a la foto con Joan I no va a ningún sitio si como parece termina siendo pastoreada por Compromís, como en anteriores ocasiones. Gómez se puso muy farruca con ocasión del aparcamiento nocturno en el carril bus y acabó tragando, una de tantas renuncias, y todo nos indica que habrá más. Es lo que tiene ser muletilla, o maletilla. Si la portavoz socialista tuviera el arrojo de Pedro Sánchez contaría con una oportunidad, arriesgada. Sería tan fácil como negarse a entrar en el gobierno municipal para quedarse fuera, de oposición interna dentro de la izquierda, obligando a Compromís a negociar todas las medidas una a una para que salgan adelante en el pleno. De esta manera, sería el contrapeso a Ribó y anularía el protagonismo de las fuerzas de la derecha. Pero eso implicaría imponerse a Puig y a Ábalos que no estarán por la labor, debería tener detrás el apoyo de todo su grupo (lo que está por ver) e ignorar las presiones de las varias decenas de militantes socialistas que se quedarían sin sueldo del consistorio. Es una oportunidad grande, pero no parece que vaya a atreverse a dar un paso así. La contrapartida es que Sandra Gómez quizás no pueda mantenerse en su puesto y los abalistas traten de sustituirla.
Por la derecha, o el centro, o lo que sea en estos momentos, Ciudadanos sale muy mal parado y su referente, Fernando Giner, queda achicharrado. Por detrás de las siglas y sin haber sido capaz de mejorar los resultados de hace cuatro años. A Giner le entregaron la copa de la oposición en 2015 y no ha sabido defender el título pese a tener un PP desactivado por el caso del pitufeo; no ha sacado provecho alguno de su ventaja. Habrá que ver si resiste en la competición, y habrá que ver su papel minorado con un Cantó que va a por todas, a liderar y anular cualquier otro referente de Ciudadanos en la Comunitat. Y con un partido que a día de hoy no sabemos qué rumbo acabará tomando en la política nacional.
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La tercera derrotada es María José Catalá. Ha hecho una gran labor de recuperación y una tarea meritoria, pero no tanto como los propagandistas de su equipo pretenden hacer creer. Se queda como segundo grupo en el ayuntamiento, o sea lo mismo que en Les Corts o en el Congreso. Es verdad que tenía mucho en contra y que Ciudadanos no le ha rebasado, pero ese logro es exactamente equiparable al de Isabel Bonig o Pablo Casado. Tiene una magnífica posición para resituarse y mejorar en los próximos años, se demuestra que era la mejor candidata para el puesto, aunque debería empezar por poner los pies sobre la tierra y no fantasear con más de lo que es. Catalá destacó en su momento con el viento del PP a favor, como alcaldesa de Torrent y como consellera de Fabra. Ahora es cuando debe demostrar sus cualidades, en mitad del barro, sin mayoría social y con recursos limitados. Con paciencia y persistencia, no queriendo comer más de lo que le toca en su plato, dejando el acento de su apellido quieto de una vez, sacando partido a su talento y orillando las veleidades de divina que tanto le perjudican. Una debilidad que su equipo alimenta echando siempre las responsabilidades fuera y sugestionándola con ambiciones futuras. Es hora de sembrar y trabajar duro, tiene campo ante sí, nada menos que la tercera ciudad de España. Los bueyes delante. Las medallas, siempre, después.
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