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Urgente El Puente de la Solidaridad de Duque de Gaeta, Ninot Indultat Infantil de las Fallas 2025

El hombre con bigote, de avanzada edad, camisa a rayas de manga corta y pantalones camel se encara sin miedo contra algunos encapuchados para disuadirlos de prender una barricada con varios contenedores -el interior de uno de ellos ya está ardiendo- en Via Laietana. Los radicales le increpan y le exigen que se aparte. El caballero resiste. Los vándalos acaban huyendo ante la inminencia de una carga policial. La secuencia irrumpe inesperadamente en el plano de los objetivos de los reporteros gráficos que cubren la batalla campal en ese punto. En un lugar diferente de la ciudad condal, un vecino espetaba a un grupo de radicales dispuestos a quemar más basureros: «No lo vais a hacer delante mío. Así no se hacen las cosas». Es el otro retrato: el de la Catalunya hastiada que defiende la tolerancia. Son los anónimos silenciosos que, tanto de madrugada como desde primera hora de la mañana, se arremangan para limpiar destrozos de fachadas de comercios, portales, aceras con adoquines arrancados... Recogen escombros tras cada noche de furia que dejan calcinados coches, motos, bicis, toldos, paradas de autobús, marquesinas y todo tipo de mobiliario urbano. En el epicentro del caos, hemos contemplado ejemplos de valentía y sensatez que numerosos catalanes han ejercido en estos días de ira desbocada en los que la violencia indiscriminada se ha adueñado de Catalunya. La factura de la fractura social sobrepasa el daño material aún incalculable. Si hace años la homogénea movilización independentista dirigida por los líderes soberanistas acataba fiel sus consignas, hoy esa heterogénea marea -entre la que hay salvajes organizados- que grita «els carrers seran sempre nostres» solo actúa bajo la batuta de la agitación permanente. No obedecen a los patrones como ha comprobado en sus carnes Rufián, que tuvo que abandonar una concentración, abucheado por los separatistas al grito de «botifler» («traidor»).

La pasividad institucional echa más gasolina al fuego dejando solos a Policía Nacional, Guardia Civil y Mossos y abriendo campo libre a la anarquía. La cólera ha ido amplificándose sin que ninguna administración pública, ni la del Estado en Catalunya que representa la Generalitat, ni la del Gobierno sean capaces de preservar equilibradamente el orden y la seguridad. La política está ausente. Es imposible reconducir la situación con un Govern encabezado por un activista pirómano que boicotea desde dentro el organismo que preside. Y el jefe del Ejecutivo en funciones no aparenta preocupación. Ahora ambos reactivan el intercambio epistolar que tan aciago resultado trajo entre Rajoy y Puigdemont hace dos años. El espectro de la impasibilidad del marianismo parece haber regresado a Moncloa para poseer a Sánchez que ha tardado una semana en pisar Barcelona. En su cabeza: el 10 de noviembre. ¿Ni sociólogos ni 'spin doctors' calcularon que un escenario catalán así podía irrumpir como variable electoral? El anunciado 'otoño caliente' tras la sentencia del Tribunal Supremo les ha pillado por sorpresa.

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