España se escandaliza ante la irrupción de los 'pisos colmena' en Catalunya: «¡No somos abejas!» Exclaman las pancartas de indignación vecinal que le han estallado a Ada Colau: «Están fuera de la normativa y no lo vamos a permitir». La alcaldesa de Barcelona, intentando contener a los activistas a los que abandonó para subir al balcón consistorial, ha enviado a la Guardia Urbana para precintar los minihabitáculos de la startup Haibu 4.0. ¡No nos moverán! Los impulsores del último grito en hacinamiento asiático han tirado de Chanquete para alzarse en pie de guerra mientras levantan la infraestructura del nuevo chabolismo vertical con el que se frotan las manos: 1,2 metros de alto por 2,2 metros de largo para cama individual, zona comunitaria de baño y microondas -cocina de tupper exonerada de extracción de humos y absuelta de cédula de habitabilidad- a razón de 200 euros al mes.
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¿Acaso desconocen los potenciales aspirantes, de 25 a 45 años, a pagar para dormir en una cápsula más diminuta que una celda carcelaria estándar, en la que es imposible ponerse de pie, que «el amontonamiento y la infravivienda son ilegales» como recuerdan los 'comunes'? La respuesta se radiografía en el poliédrico target de estos inquilinos prestos a, con tal de abaratar gastos, intercambiar esas habitaciones compartidas por las que abonan como mínimo rentas que no bajan de los 400 euros mensuales, en Madrid y Barcelona, o cerca de 300 euros, en el caso de Valencia. Jóvenes que no se emancipan porque se topan con los ladrillos de lo que el grupo de sociólogos y politólogos de Politikon define como 'El muro invisible' que les impide construir su futuro, uno de los factores socioeconómicos que puede provocar que acaben viviendo en peores condiciones que sus padres.
Familias asfixiadas en 'desahucios invisibles', según el Consejo General del Poder Judicial hasta 35.666 el año pasado, incapaces de hacer frente a la subida del precio impuesta por el casero. Las víctimas forzosas de la nueva burbuja del abuso que rentabiliza cualquier superficie por diminuta que sea -trasteros, altillos, porterías, antros 'patera' con literas 'calientes' o zulos en los que si no cabe un colchón se pliega un futón- sueñan fantaseando en el lujoso regalo de despertar en la intimidad de unos centímetros de más.
La turistificación del parque inmobiliario de nuestras capitales se consolida como gallina de los huevos de oro a mayor gloria de los depredadores de alquileres. Este modelo especulativo estimulado por plataformas tipo Airbnb está potenciando la transformación galopante del paisaje urbano. Degradación, desplazamiento, reconstrucción y comercialización. Fases de ese fenómeno del inglés 'gentrification' que, de Londres a Shanghái, se está replicando en los núcleos urbanos del planeta condenándonos a vivir globalmente en barrios gentrificados.
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