Directo El Rey visita por sorpresa las fallas de Torrent

La pregunta que todos nos hacemos: ¿y ahora qué nos espera? En la derecha que ha pasado a la oposición, una guerra de familias de mil demonios entre PP y Ciudadanos por ver quién acapara el espacio electoral, al menos hasta que se percaten de que la ciudadanía puede bascular ostensiblemente a favor de ambos cuando toque concurrir a las urnas, tras la experiencia de poder que nos aguarda. Y en la izquierda que acaba de volver al mando, un presidente del gobierno que por el bien de España habrá de convertirse en un moroso de campeonato para huir de los acreedores que le han facilitado los tornillos, muelles y prótesis con los que ha sacado adelante esa mayoría parlamentaria llamada Frankenstein. El año y medio monclovita de Pedro Sánchez será un pulso o al menos una teatralización permanente y vigilada sobre las cesiones y negaciones que habrá de ir trasladando a los podemitas de Pablo Iglesias, a los nacionalistas vascos de Urkullu y, sobre todo, a los golpistas/independentistas de Puigdemont, Junqueras y Torra. Sánchez, como dijimos ayer en portada, inaugura su mandato como 'el presidente frágil'. Veremos si esa conciencia de fragilidad le concede talento y habilidad para sortear las peligrosas demandas a las que le van a someter aquellos que le auparon al poder, a riesgo de que los agraviados respondan al desengaño retirando los tornillos, muelles y prótesis con que avivaron la criatura Frankenstein a través de la moción de censura. No será fácil, pero frente a lo que cree el PP, Sánchez puede ser capaz de manejarse con soltura en ese escenario. No debe olvidarse que si Rajoy tenía fama de tenaz superviviente, Sánchez directamente resucitó desde la sepultura en la que le enterraron los barones socialistas aquel sábado sangriento de Ferraz. Por el lado de la supervivencia, nadie debería volver a infravalorar al líder del PSOE. Por el lado del sentido zapateril de la intrascendencia, tampoco. El nuevo presidente del Gobierno, en Sierra Aitana, dijo en privado nada más llegar por primera vez al cargo que se sentía identificado con la impronta del socialismo clásico de Felipe González. La realidad, cabe temer, nos trae más bien la recreación de un Rodríguez Zapatero en versión desmejorada, a fuerza de precisar el préstamo de tornillos, muelles y prótesis ajenas.

Publicidad

Ilustración: Sr. García

Toca asumir como inevitable en la política moderna las imposturas más acusadas y obscenas. Como que la izquierda para asegurarse los votos del PNV gobierne con los presupuestos del PP, o sea con el plan económico de la derecha que previamente había obstruido. O que el que quizá sea pronto nuevo Alfonso Guerra del PSOE, el valenciano José Luis Ábalos, dijera hace cuatro días (y está grabado): «los independentistas no pueden ser en ningún caso aliados nuestros, ni para una moción de censura... nosotros no tenemos tal ansia de gobernar a costa de la unidad territorial de este país, jamás... no hemos jugado nunca a un interés tan corto, de poder, simplemente por tener un gobierno en precario y dependiente de fuerzas que no comparten nuestra visión de España ni nuestro modelo de estado... no es posible presentar una moción de censura con esos apoyos...»

Pero esto es lo que hay. Se acabaron los principios inmutables. Importa el poder, el acceso al poder o la preservación del mismo; diríamos que en todos los partidos. Pero ese poder se ha vuelto muy vulnerable. Provisional. Y, por tanto, moldeable. Los escenarios parecen siempre sujetos con pinzas, cambiantes, sin perdurabilidad definida. Sánchez tendrá que dar juego a sus socios con gestos y efecticismo que lleven dentro una fuerte carga de apariencias y simbología; pura dinamita para el debate y la tensión social. Sea, es inevitable. Pero luego están los movimientos de fondo. Vamos a suponer que no se atreverá a activar algún tipo de consulta negociada con los separatistas sobre la independencia de Cataluña. O sí, en caso de que el adanismo zapateril le haga creer que puede resolver con un quiebro fullero un conflicto que arrancó en el siglo XIX; da vértigo sólo pensarlo. Resulta menos descartable que los políticos presos eludan su procesamiento y hasta que Puigdemont pueda volver a España sin cargos, y quizá pueda incluso investirse nuevamente como presidente de la Generalitat de Cataluña. Y, por supuesto, toca hacerse el cuerpo a la reagrupación de los presos etarras. Lo iremos viendo, más pronto que tarde.

Se acabaron los principios inmutables. Importa el poder, el acceso al poder o la preservación del mismo; en todos los partidos

En el otro bando, la lucha va a ser descarnada. El PP siente un despecho profundo. Siente ira, que está canalizando contra Ciudadanos, a quien hace responsable de su salida del gobierno, por enredar tontamente. «Ciudadanos dio alas a Pedro Sánchez y activó a todos los demás, se ofreció a todos, Rivera entabló un órdago con el adelanto electoral que no le ha salido y ha pasado lo que ha pasado». Ciudadanos se ha convertido en el principal objetivo a atacar por la izquierda como se vio en el debate, mientras el PP por su parte cree que puede ajustarle las cuentas a partir de ahora, porque la opinión pública va a reaccionar en su contra. Ciudadanos queda aislado en la nueva etapa, todo un desafío estratégico; habrá que estar atento a la inteligencia de sus movimientos. La aversión del propio Rajoy al partido naranja viene de lejos, ni siquiera mencionaba su nombre en las conversaciones, pese a que han sido ellos quienes le apoyaron en la investidura, también en Murcia y en Madrid, en los presupuestos y otros debates importantes. El conflicto humanamente se entiende. Ambos se disputan el mismo espectro sociopolítico, en adelante de manera frontal porque Rivera tendrá que renunciar a la ambigua transversalidad reciente.

La cruda realidad es que se necesitan para que el centroderecha recupere el poder. El PP disfrutará de cierto retorno de votantes gracias a que se libera de las ataduras de gobierno, puede volver a su discurso más íntegro, pero los menores de cuarenta años han cambiado de caballo en esta carrera, aunque quieran que el caballo les lleve al mismo destino que el PP. La clave dependerá de la renovación del Partido Popular; a más renovación, más recuperación, se supone. Todo pasa pues por Rajoy, por su renuncia. Se da por hecha y eso es mucho suponer. No se debería descartar que Rajoy pretenda permanecer un tiempo al mando y justamente el tiempo, los plazos, es lo más determinante en el mercado de los votos. «Se va a ir sin duda, su discurso del congreso fue un discurso de despedida, aunque es posible que el congreso de renovación no se celebre hasta después de las elecciones autonómicas y municipales porque hasta entonces no hace falta decidir el candidato». Alto ahí. Si Rajoy aguantara hasta el otoño de 2019 significa en realidad que Rajoy se queda, no se va de momento. Y si de hecho resiste un año y medio más, en esta política de permanentes provisionalidades, habrá que comprobar si para entonces no decide también presentarse él mismo como candidato, aunque sólo sea para desquitarse, para decirles a quiénes lo acaban de desalojar que la partida no ha terminado. Ahora, una cosa está clara: cuánto más tarde Rajoy en marcharse, mejor para Rivera.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 12 meses por 12€

Publicidad