Hace 40 años que el pleno del Congreso de los Diputados aprobó la Ley del Divorcio. Y aunque el común de los mortales consideramos que este tipo de rupturas legales no tienen nada de vergonzante algunas noticias nos muestran que existe otra realidad en donde ... estas separaciones se procesan peor.
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Los primeros que popularizaron este trámite legal, como otros tantos en los años 80, fueron Pajares y Esteso, que, con la película '¡Qué gozada de divorcio!', oficializaron el asunto entre sus seguidores. Y estos normalizaron lo de pasar por un juzgado cuando sus relaciones ya no daban más de sí. En la actualidad alrededor de 80.000 parejas se divorcia al año en nuestro país. Lo hacen con mayor o menor acuerdo, de mejor o peor gana, pero dudo mucho que pierdan el tiempo en buscar eufemismos para referirse a la causa. Bastante papeleo y formalidades acarrean estas historias como para distraerse con el modo de nombrarlo.
En otros ámbitos, al parecer, esta cuestión es capital. Y si no no se entienden las enrevesadas maneras con las que nuestras parejas reales han anunciado en los últimos años que lo suyo se acabó. Solo hay que recordar cómo en 2007 la Zarzuela comunicaba que la infanta Elena y el que entonces era su marido, Jaime de Marichalar, cesaban temporalmente su convivencia. Ni rompían, ni se separaban, ni se divorciaban: cesaban su convivencia, como si hasta entonces hubiesen sido compañeros de piso o colegas de coworking. En resumen hacían lo que cualquiera que se vea en esa tesitura hace, uno de ellos se va de casa para después firmar ambos los documentos que les liberan de cualquier vínculo matrimonial. Pero lo escondieron detrás de una perífrasis desconcertante, porque el lenguaje a veces se utiliza para despistar más que para aclarar. En eso en política suelen ser expertos. Solo hay que recordar cómo Dolores de Cospedal justificaba los pagos que el Partido Popular hacía a Bárcenas después de ser expulsado, diciendo que aquello en realidad eran «indemnizaciones en diferido».
Hace unos días los que decidían divorciarse eran Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin, revolucionando Vitoria, que no es una ciudad acostumbrada a esos avatares. Han pasado 15 años desde que la otra infanta pasaba por un trance similar y se podría esperar una evolución a la hora de comunicarlo. Pero no. Siguen empleando circunloquios para no llamar a las cosas por su nombre. Esta vez han optado por usar el verbo interrumpir que en la Casa Real debe de sonar menos fuerte o contundente que divorciar. Se interrumpen las funciones, las conversaciones y los partidos de fútbol. Y desde esta semana hemos aprendido que también los matrimonios. No sabemos si lo habrán dejado congelado o en pausa, si se reanudará más tarde (como el otro día el Betis-Sevilla) o se cancelará para siempre. Es lo que pasa cuando se utiliza el lenguaje para marear.
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