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Me vais a permitir que hoy deje de lado el fútbol y hable un poco de tenis, bueno de la leyenda del tenis. Me pongo a escribir esta columna después de disfrutar de la épica victoria de Rafa Nadal en Roland Garros. En mi familia, además de la vena valencianista, llevamos muy dentro también la tenística. De pequeños mis padres nos inculcaron la pasión por el tenis, compartida con el amor al Valencia. Guardo muy buenos recuerdos de mis inicios con la raqueta. Le dediqué muchas horas de entrenamiento y mucho sacrificio. Recuerdo cuando cogía el tren desde Xàtiva a Valencia todos los días cuando acababa el colegio para ir a entrenar al Club Español de Tenis. Y volver a casa, a Canals, por la noche cansada y con los deberes por hacer. Pero sobre todo recuerdo que deseaba que acabaran las clases para coger ese tren. Daba igual la falta de sueño, las noches en vela, los bocadillos, porque disfrutaba haciendo lo que más me gustaba.
Durante unos años tuve la suerte de viajar con mis padres jugando torneos y hasta llegué a ganar algún trofeo. Al cumplir los 18 tuve que irme a Barcelona a estudiar Periodismo, otra de mis grandes pasiones y aparqué el tenis, más por obligación que por ganas. Sigo jugando, eso si, sin tanto sacrificio pero con la misma pasión. Todavía hoy, cuando cojo la raqueta disfruto de cada golpe y me enfado cuando no me entra la bola. Aunque tengo que reconocer que a veces ya tengo que devolverlas al segundo bote. Os cuento esto porque al ver a Rafa Nadal me emocioné, imagino que como muchos de vosotros. No puedo más que sentir admiración por todo lo que representa. Valores como el sacrificio, la humildad, el esfuerzo, la solidaridad, todo lo encontramos en él. Yo de pequeña quería ser como Chris Evert y mi ídolo era Björn Borg, pero claro, Rafa no había nacido. Ahora yo y toda España somos de Rafa y es de las pocas cosas capaz de ponernos de acuerdo en un país cada vez más dividido donde la crispación es cada vez mayor. Necesitamos tanto que nos den alegrías en estos tiempos que ver a Nadal ganar y emocionarse al escuchar nuestro himno hizo que por un momento nos olvidásemos del negro panorama que nos rodea. Mi alegría era casi tan grande como cuando Parejo levantó la ultima Copa del Rey o como cuando ganamos las dos ligas. Hoy no era día de hablar de Lim, Murthy o Meriton. Hoy Nadal merece que hablemos de él y desde esta humilde columna vaya mi admiración y agradecimiento por ser como es y por representar mejor que nadie los valores del deporte. Ahora hablemos de fútbol. El domingo nos esperan Parejo, Coquelin, Alcácer y Albiol. ¿A qué era mejor no hablar de fútbol?.
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