La misma crisis que sufren los agricultores españoles y del resto de Europa, por el fortísimo encarecimiento de todos los elementos de producción y transportes, ... la padecen los productores de todo el mundo, o quizá con mayor incidencia en los países más alejados de las fuentes acostumbradas de aprovisionamiento, más distantes de los mercados de destino o sin recursos fáciles o cercanos de sustitución. Porque en muchas ocasiones el problema no es sólo es el precio, sino la escasez para seguir cultivando.
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El caso más notable de esta problemática es el de los fertilizantes químicos. Las drásticas subidas de la energía merman la capacidad productiva por todas partes, pero a menudo es cuestión de precio, de momento; electricidad y gasóleo no llegan a faltar, únicamente han duplicado o triplicado costes en poco tiempo, y no influyen por igual en todas las situaciones. Sin embargo, los fertilizantes son imprescindibles para asegurar una alta productividad en todos los cultivos. Con la particularidad de que los países emergentes hortofrutícolas son mas dependientes de importaciones de abonos. Sus altísimos crecimientos en estos sectores productivos, que les han aupado en el panorama internacional de las exportaciones, se asientan en sistemas de inversión productivos basados en estructuras agroindustriales, donde juegan papel imprescindible los abonos químicos, que ahora se multiplican de precio y llegan a faltar.
Tal es el caso, entre otros muchos, del Perú, país que protagoniza en los últimos años el más sorprendente y espectacular desarrollo de cultivos de frutas y hortalizas de exportación en vastos terrenos casi vírgenes. Compañías inversoras de medio mundo han girado su mirada hacia el país andino, que crece en producción y exportación con índices anuales del 20% o 25%. Pero de repente le faltan fertilizantes para seguir alimentando los cultivos implantados.
Ante ello, el Gobierno peruano traza planes acelerados para tratar de suplir las deficiencias con producción propia, lo que no es fácil de conseguir, porque exige altísimas inversiones industriales y disponer de petróleo y gas. Así pues, se echa mano con urgencia del afamado 'Guano de las islas', formado por acumulaciones de detritus de aves marinas en roquedales costeros que se recogen de forma muy laboriosa y por tanto también con alto coste. Antaño se desestimó en buena medida su empleo porque era mucho más barato importar urea o nitrato amónico fabricados en la otra punta del mundo. Ahora se vuelve a lo antiguo.
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Hace más de cien años, aquel 'Guano del Perú' ya se traía para alimentar los naranjales valencianos, porque no se disponía de nada mejor. No se había desarrollado aún la industria petrolífera. Vuelta al pasado.
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