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Me gustaría ser Arturo Fernández

Una pica en Flandes ·

Fue el último galán maduro, capaz de dejar caer su chaqueta para que una señora no pise un charco

ESTEBAN GONZÁLEZ PONS

Lunes, 8 de julio 2019, 07:29

Así, a simple vista, Arturo Fernández y Esteban González vienen a representar más o menos lo mismo, nada de particular. Tanto Arturo como Esteban son nombres tradicionales, no muy comunes, pero propios de las familias españolas. También los equipara el no admitir diminutivo; ni el Artu ni el Este gozan del predicamento de un Paco, un Juanca, un Nacho o un Juli. ¿Y qué decir de los patronímicos?, Fernández es hijo de Fernando y González hijo de Gonzalo, y ya está, nada del apellido de un abuelo que ganara una batalla... De modo que llamándome Esteban González desde siempre me he sentido identificado con Arturo Fernández por compartir conmigo la naturalidad de un apelativo sin pretensiones y por trabajar como un león para abrirse hueco en un universo cuajado de feos con nombre de gilipollas.

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Arturo Fernández acaba de fallecer a los noventa de pie sobre el escenario. Ha sido un actor, director y productor teatral excepcional, jamás pidió una subvención. Sus funciones reunían público de sobra. Para él la crisis del teatro consistía en programar obras que aburren a las ovejas y que nadie quiere ver. En su caso como en el de Lina Morgan ('Espérame en el cielo, chatina', le dijo) el éxito consistió en llenar las plateas de aplausos, entender que el personal no quiera aburrirse. Eso fue, un Fernández que actuaba para los Fernández, los González, los Sánchez, los García y sobre todo para sus esposas. Un cómico sin raigambre argentina, hueco en las manifestaciones contra la otra mitad de los españoles o complejo de superioridad moral, y para más inri guapo, simpático y masculino.

Sus pañuelos de bolsillo de americana se consideraban políticamente incorrectos por la cultureta de diputación provincial, y si levantaba la ceja derecha ya no te quiero contar cómo rabiaban los que nunca se comieron un colín. Arturo Fernández fue el último galán maduro, capaz de dejar caer su chaqueta para que una señora no pise un charco, rápido para dar fuego a la mujer de otro o para abrirle la puerta del coche a una desconocida, imbatible con los piropos más elegantes. Pues dejen que les diga, pero para mí este Fernández sin apellido compuesto sí era un caballero de verdad.

Y ahora yo, no sé si sugerirlo, me ofrezco a intentar llenar mínimamente el hueco que él ha dejado en la escena pública nacional. Nos parecemos un poco en las maneras (o eso creo yo), aunque me falte su presencia, su densidad capilar y el timbre de su voz. Como Esteban González querría ser el próximo Arturo Fernández porque, con todo el respeto, me gustaría atreverme a decir casi cualquier cosa a los papanatas y que la censura de los inquisidores me dé igual, atreverme a ser abiertamente romántico sin miedo a la castración intelectual, y atreverme a llamar 'chatina' a la canciller alemana en el Parlamento Europeo y que la consecuencia sea sólo verla sonreír.

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