Hagan cola, por favor
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En el año 1909, cuando la Hispanic Society llamó a Joaquín Sorolla por primera vez, los automóviles hicieron cola ante el edificio: en un mes, ... la exposición recibió 160.000 visitantes. La única bronca que se recuerda de Joan Lerma fue cuando el IVAM más temprano abrió sus puertas a una exposición de Sorolla sin que él pudiera cortar la cinta inaugural: entre 1889 y 1990, 250.000 personas pasaron por las salas de Guillem de Castro, una cifra que no se ha igualado después. Y por no cansar: la gira que los paneles de 'Visión de España' hicieron entre 2007 y 2010, patrocinada por la Fundación Bancaja, cosechó dos millones de visitantes en varias sedes, 452.826 solo en Valencia.
Ayer ya hubo colas en el edificio que un día fue de Correos. Por lo que sea, por todo lo que sabemos, la atracción magnética que suscita en el público la pintura de don Joaquín ni se atenúa con el paso de los siglos ni pierde potencia por su distancia a la playa del Cabanyal. De modo que la llegada de la colección Lladró a la plaza del Ayuntamiento va a ser, es ya, un acontecimiento dentro del Año Sorolla; aunque de las 43 piezas expuestas, de muchos y variados maestros, solo hay siete de «ese» maestro, el que está triunfando a través de un vídeo que todos hemos recibido en el teléfono.
El éxito está asegurado. Y las colas, también. Sorolla, Lladró y una Casa de Correos rescatada que en el mes de mayo, cuando el Centenario de la Coronación, cumplirá un siglo de vida. Son tres piezas notables, que se han engarzado oportunamente, cuando faltan pocas semanas para las elecciones. Pero al menos se nota que hay cabezas que organizan mejor las movidas que las que en 1987 dedicaron la Lonja a aquella exposición, 'Valencia, la mar de bé', tan cantarina que la tuvo que clausurar la Junta Electoral.
Sorolla y su Valencia. El pintor que no cansa nunca al público. «La impresión de facilidad que brinda a los espectadores de sus cuadros, desconcierta», escribió el periodista Ombuena en un artículo en el que reprochaba a su generación, pintores y críticos, por haber ensayado en Valencia un inútil antisorollismo. ¿Qué nos queda ahora?, les preguntó en un artículo de 1953, cuando el Ayuntamiento dedicó un panteón al pintor y a su esposa.
Setenta años después, un siglo después de su muerte, Sorolla no ha envejecido y sigue atrayendo todas las miradas. En los últimos años, cualquier pretexto de revisión o comparación ha sido bueno para apelar al maestro, del que hemos disfrutado de exposiciones temáticas casi anuales. Pero es que, antes que los políticos, patronatos y directores de museos saben qué exposición levanta el espíritu del público y anima estadísticas de visitantes. En Valencia, Sorolla es, en realidad, nuestra visión de la vida.
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