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Todos los que un día fuimos a Calasanz de Micer Mascó fichamos en 'los iaios'. El local, con aroma a bar de toda la vida, estaba adjunto a la parroquia de San Pasqual Baylón. Detrás, en un patio interior. Allí nos comimos los mejores bocadillos de tortilla de patata de nuestras vidas. Todavía recuerdo cómo un camarero bajito, cetrino y chuleta movía con arte el chuchillo para cortar pinchos que rebosaban por encima de lo permitido entre el pan. Era un bar guerrero, de sonidos y olores intensos. De esos que te dejan una fragancia para todo el día y que llenan el estómago casi sin masticar. Los más atrevidos incluso alguna vez nos descolgamos con algún bocadillo de patatas bravas.
La calle Micer Mascó y sus alrededores fueron durante muchos años nuestro radio de acción. En los paneles de revistas de 'El kiosco de David' descubrimos muchas cosas, la adolescencia tuvo sus capítulos iniciales la tarde de los viernes en Mérito con continuidad en Jardines o Distrito 10 por su cercanía con las aulas y pasamos parte de nuestras horas muertas y lectivas en un bareto llamado Guacala en el que se hacía entre poco y nada. El bar Mestalla de los Garrido o la pastelería del mismo nombre de la familia Bisbal, compañero de clase de un servidor, siempre sirvieron de ubicación para que no nos perdiéramos en el barrio aquellos que llegábamos a clase desde el extrarradio.
En Calasanz de Micer Mascó lucieron durante campos de fútbol, pista de atletismo y frontón, además de dos patios porticados -el grande y el pequeño- que hacía de las instalaciones la envidia de la ciudad. Luego la oferta y la demanda rodeó la manzana de edificios para llenar la cuenta de ahorro escolapia. Las mayores enseñanzas me las dio don Andrés, profesor de Lengua y árbitro aficionado durante el recreo. En mi memoria todavía queda cómo enrrollaba la cadena del silbato en el índice con el que de vez en cuando autorizaba un lanzamiento de penalti para jolgorio general. De él aprendí que ir con la manos en los bolsillos es de «chulo o paleto» y que había que leer «alto, claro, con sentido y reteniendo lo leído».
Miles de alumnos nos movimos y todavía se mueven en el epicentro del valencianismo, con la tribuna principal de Mestalla al fondo de la calle, majestuosa e hipnotizante. Con los ecos del barullo de los días de partido. Y hoy sabemos, gracias al relato del historiador Sergi Calvo, que cada día que peregrinamos al bar de 'los iaios' a por nuestro bocadillo de tortilla de patata pasamos por delante de una parte de la historia del Valencia, del campo de Mestalla. Detrás de esa hiedra se escondía una fachada de puro valencianismo, con los ladrillos de la vieja tribuna cubierta del maravilloso campo del Valencia. A partir de ahora será imposible pasar por esa puerta sin que se escape ese Amunt Valencia!
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