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Las herencias no siempre traen alegrías. En cuestiones de patrimonio monumental hay herencias que las carga el diablo y tienen, por lo general, consecuencias funestas. ... Si uno cae enamorado de lo que por testamento le tocó, pechará con gastos sin fin y un cúmulo de dificultades. Porque todos le dirán que es dueño de un tesoro en forma de casona, palacio o mansión; pero las licencias serán lentas, las inspecciones quisquillosas y las inversiones nunca tendrán final. En los días malos, el dueño maldice haber heredado.

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Ser alcalde de Geldo, en Castellón, equivale a sufrir. El municipio es dueño del castillo palacio de los Duques de Medinaceli, una perla de la arquitectura medieval valenciana, un caserón con restos de torre islámica que desde el siglo XVI ha sufrido más reformas que el código civil. Allí ha funcionado un casino, una discoteca, un museo y el propio Ayuntamiento. Y allí, dicen los expertos, hay mucho que hacer con perspectivas muy prometedoras. Dura misión, trabajo de escaso calado electoral. Desde hace quince años se trabaja por fases de la mano de la Generalidad y los fondos europeos. Pero se avanza muy despacio. Para un alcalde es una misión difícil de abarcar: el monumento, rodeado de las naves vacías de un imperio textil que se hundió, es un Titanic.

No muy lejos, en Sot de Ferrer, Cristina Pérez-Manglano es propietaria del palacio señorial de Valdecarzana, situado al lado de la iglesia parroquial y santo y seña de la localidad. De la mano de maestros de obras y arquitectos, armada de una infinita paciencia, Cristina libra una larga batalla por mantener, restaurar, poner en valor y sacar algo de rentabilidad... que le permita seguir trabajando en la salvación de un portaviones que un día quedó varado en la plaza mayor del pueblo. Torres, estancias, escaleras, capillas, ventanales, salones, bodega, pozos, cárcel... Hay alguna boda, eventos y visitantes que lo tocan y preguntan todo. Pero cuando se consolida una puerta gótica por aquí, vienen las lluvias y hay que hacer obras por allá. Una herencia muy trabajosa.

Santiago Espinosa, arquitecto, es dueño del palacio de los condes de Benicarló, en el centro antiguo de la ciudad castellonense. Imposible describir lo que encierran unas estancias levantadas en el XVIII sobre la casa del comendador de Montesa. El enorme zaguán, la espectacular escalera, las caballerizas, las habitaciones y salones nobles, la andana... Todo está detenido en el tiempo. Y en la cocina, los mejores azulejos de Alcora para reproducir el ambiente de sirvientas, criados y cocineras. ¿Qué se haría en Francia, en Alemania o Inglaterra, con un palacio así? La imaginación deriva en irritación. Pero el caso es que las tres provincias las tenemos llenas de docenas de casos como estos, con propietarios públicos o privados que sufren lo indecible pero se aferran a la responsabilidad, al orgulloso amor a la herencia que adquirieron.

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